Pablo Sirvén, en La Nacion, se enreda en diversos vericuetos para escribir una nota denominada "Demoliendo Buenos Aires" sin mencionar al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires o a su jefe Mauricio Macri. Sólo señala, al pasar, la responsabilidad de la "Dirección de Interpretación Urbanística, que depende del Ministerio de Desarrollo Urbano porteño" en la creación de las áreas de protección histórica.
Las noticias de los últimos tiempos relacionadas de una u otra manera con esa furia por demoler, que no encuentra límites, llegan hasta el exceso trágico: las habilitaciones irregulares, las inspecciones precarias y la vista gorda para que cada quien haga lo que le plazca con el acervo edilicio de la ciudad que ya produce víctimas y daños concretos, graves e irreversibles. Los muertos en el gimnasio de Villa Urquiza y en el boliche de la avenida Scalabrini Ortiz; la pluma que perdió sustento en Las Cañitas y cayó sobre edificios en los que provocó muy serios destrozos, pero milagrosamente ninguna víctima, y los tres balcones que se desprendieron de un edificio de Lanús Oeste son demasiadas evidencias de que algo no funciona bien. Es que la ansiedad codiciosa por lograr de cada metro cuadrado la máxima rentabilidad, en el menor tiempo posible, corre a mayor velocidad que la defensa del bien común.
dice Sirvén.
Extraño organismo -vivo y con libre albedrío- esta ciudad, que produce víctimas y daños. Es la ciudad, no se confundan. No son las autoridades de la CABA las responsables. Maldita Policía, Maldita Cocaína y Maldita Buenos Aires, que matas por mano propia. Pobre Mauricio Macri: le hubiera convenido presentarse a intendente de alguna otra ciudad menos sedienta de desastres edilicios naturales, víctimas y muertos por mampostería criminal. Hay que tipificar esos crímenes en el Código Penal. O quizás apelar al ajusticiamiento popular que sirva como ejemplo: pena de muerte a la Pared que se cae, al Entrepiso que se derrumba. Se soluciona, como casi todo, con 500 ladrillos en Plaza de Mayo.
También en la Rolling Stone desligan de la responsabilidad a quienes mueven los hilos -en las sombras en este caso-. En esta nota es un Teniente General, William Caldwell, el responsable único del aumento de tropas en Afganistán y del incremento en la financiación de esa guerra contra el terrorismo que no atrapó a un sólo terrorista, escondidos todos -seguramente- en alguna cueva que requiere de palabras mágicas para abrir su puerta como en el cuento de Alí Babá.
No, se equivocan aquellos que piensan que la guerra es responsabilidad del complejo armamentístico-militar-financiero de los EE.UU. El petróleo es sólo un beneficio secundario de una guerra librada bajo las banderas de la seguridad nacional norteamericana y en aras de implantar a sangre y muerte la libertad en todos los rincones del mundo. Democracia o muerte.
Me pregunto si Obama habrá sido también víctima de las tácticas de manipulación psicológica de este teniente general. Es la única explicación para su decisión de mandar 30.000 soldados más a Afganistán en el momento de recibir el Nobel de la Paz. De la paz de los cementerios NN y las tumbas colectivas.
Si, ahora entiendo: la guerra se sustenta en la codicia de un sólo hombre. Maldito eres tú, William Caldwell.
Impecable, Ricardo!
ResponderBorrarGracias, Daniela.
ResponderBorrarMuy claro como siempre Ricardo, ahora: debe ser el efecto embriagador de saber que habla en contra de Macri o estaba inspirado el Ñato Sirvén?
ResponderBorrar"Es que la ansiedad codiciosa por lograr de cada metro cuadrado la máxima rentabilidad, en el menor tiempo posible, corre a mayor velocidad que la defensa del bien común."
Puede escribir en Tiempo un día de estos.
saludos
Mr Gabi