A propósito del triunfo en primera vuelta del uribista Zuluaga sobre Juan Manuel Santos, actual Presidente de Colombia (resta aún el ballotage entre ambos), Nicolás Tereschuk (@escriba) marcaba en Twitter como la exitosa —irónicamente— Alianza del Pacífico encontraba a casi todos los partidos oficialistas perdiendo frente a sus oposiciones: el PAN de Fox y Calderón, en México, a manos de Peña Nieto (PRI); el APRA de Alan García frente a Gana Perú de Ollanta Humala y aún frente al fujimorismo (el APRA no presentó candidato siquiera, quedándose con apenas 4 bancas de un Congreso de 130); el partido de Sebastián Piñera en Chile, perdedor frente a la Nueva Mayoría (Concertación, bah) de Michelle Bachelet, quien ya antes había debido sufrir la derrota de su partido, por primera vez desde el retorno de la democracia en 1990.
No dilatemos el núcleo de la reflexión que pretendemos: es muy de populista intentar medir el éxito de un proceso tomando como referencia su continuidad. Por el contrario, la alternancia misma es la que en los países mencionados hace a la continuidad del proyecto político/económico de la Alianza del Pacífico. Es, entonces, un triunfo de quienes promueven esa forma de integración desde el Norte.
Hay razones para ello. El principal es que la alternancia es funcional a la constitución de gobiernos débiles, que deben necesariamente pactar con el resto de los actores económicos y políticos. La legitimidad de origen puede ser puesta en entredicho en un corto periodo de tiempo por la legitimidad de ejercicio, en la que intervienen múltiples factores y no sólo la voluntad, imaginación y capacidad de gestionar de un gobierno. Tenemos a mano el ejemplo de nuestras elecciones de 2007 y la inmediata crisis con los agroexportadores —y divorcio con Clarín— a principios de 2008. La alternancia, además, no favorece la constitución de partidos fuertes, al promover los personalismos.
El factor tiempo es importante también en la ecuación. Un periodo de gobierno es siempre insuficiente para encarar reformas y, más importante aún, para concretarlas. Por el contrario, el arribo de un nuevo gobierno funge a modo de impugnación de los caracteres controversiales del gobierno anterior. Es lo que ocurre actualmente en Colombia. No está puesta en entredicho la pertenencia al bloque del Pacífico, no se cuestiona el modelo liberal ni la distribución de la riqueza: en Colombia es más importante el proceso de negociación que está llevando adelante Santos con las FARC y el FLN, en oposición al uribismo, que pretende un retroceso amparado en una excusa: “Zuluaga ya adelantó que si resulta electo congelará de inmediato las conversaciones por un lapso de ocho días, para que en ese tiempo las FARC determinen un cese unilateral del fuego y pongan fin al reclutamiento de menores, entre otras condiciones. Y en caso de no acceder a sus exigencias, daría por terminadas las negociaciones". En términos prácticos significaría retrotraer la cuestión al día mismo en que Álvaro Uribe abandonó la presidencia. Ese y no otro es el principal parteaguas de estos comicios.
El porcentaje de participación es también un factor a considerar. En Colombia, el de abstención rondó el 60%. Es lo que Manolo designa “votar con los pies". Deberíamos desagregar ese dato por regiones y estrato social, pero de buenas a primeras habla del escaso entusiasmo que la escuálida expectativa de cambio genera.
Para favorecer aún más la alternancia es que se debate en Colombia la existencia misma de la posibilidad de reelección. En Perú ésta directamente no existe. En Chile no hacía falta: el fantasma del pinochetismo bastaba para mantener a raya las pocas pretensiones de cambio de la Concertación. En México se quebró una hegemonía récord —la del PRI, 71 años— con el triunfo en el 2000 de Vicente Fox, principal aliado de Bush en la región, y quien junto a él presionaba a favor del ALCA en la Cumbre de Mar del Plata 2005. En Brasil, Venezuela, Ecuador y Argentina, la continuidad de los procesos posneoliberales dependen, en cambio, directamente de la continuidad política, y su éxito puede medirse también en esos términos. Como dijimos antes, en los países de la Alianza del Pacífico la continuidad del proyecto político/económico está mejor asegurado con la alternancia política.