Damos inicios a estos quinchos folclóricos y autóctonos con el relato de un asado que comí ayer en el cerro, mientras me cagaba un poco de calor y no tenía más que una gaseosa caliente para regarlo. Los problemas de no tener conservadora. Cero política, todo vacío, entraña, chinchulines y una morcilla vasca que tenía más nueces que las que rompía Tchaikovsky (la cita de autoridad necesaria, no hubiera sido lo mismo citar Nueces para el Amor). El superclásico que ganó merecidamente River fue el tópico principal, por supuesto, pero no lo será de este panorama interno tucumano. Dejemos de joder y vamos.
Las internas provinciales no suelen interesar a nadie más que a los directos involucrados y al pequeño subgrupo –humanoide (!)– de quienes nos preocupamos por lo político, por tal motivo raramente alcanzan estado en el interés público. Claro, a excepción de que sean rubricadas a balazos, piñas o su versión más civilizada: una guerra dialéctica desembozada a través de los medios. Las primeras dos excepciones no forman parte del caso tucumano, por suerte, pero existe desde hace tiempo una guerra de declaraciones cruzadas entre el alperovichismo y el amayismo. El PJ tucumano nunca fue un órgano sin discrepancias internas, pero siempre resultó más o menos claro quién conducía. Las crónicas periodísticas provinciales recordarán los enfrentamientos entre Olijela Rivas y Julio Miranda o, más cerca en el tiempo, el desafío de Fernando Juri, vicegobernador, a su compañero de fórmula y gobernador, José Alperovich. Esta última batalla vio su fin cuando Beatriz Rojkés se quedó con la presidencia del PJ provincial, relegando al ala jurista a un testimonialismo que hoy prácticamente se agota en el mismo Juri.
La imposibilidad de una re-reelección para el actual gobernador desató las fuerzas que antes podían marchar unificadas bajo el paraguas de Alperovich encabezando una boleta. Así, las corrientes internas fueron recibiendo nombre bautismal: alperovichistas, bettistas, manzuristas, jaldistas. El amayismo no fue nunca parte del dispositivo referenciado en el gobernador, y fue en cambio tributario del “municipalismo” que practicó desde sus inicios el kirchnerismo para inhabilitar la musculación de una Liga de Gobernadores que lo desafiara. Tan exitoso que dio lugar a la emergencia de la Liga de Intendentes de la PBA. Pero retornemos al presente y al ámbito local.
No fue difícil para cualquier interesado seguir el devenir de estas internas a través de los diarios tucumanos, particularmente La Gaceta. Hoy es prácticamente un hecho que la fórmula del oficialismo será Juan Manzur-Osvaldo Jaldo. El desafío proviene, claro, del sector liderado por el intendente capitalino, Domingo Amaya, quien también aspira al Sillón de Lucas Córdoba, acompañado por su secretario de gobierno, Germán Alfaro. La incógnita es si lo hará compitiendo por dentro del peronismo o por afuera y sólo para ejercer su poder de daño. Pretende terciar en esta disputa, como un modo de posicionarse, el secretario de Obras Públicas de la Nación, el tucumano José López. Hacia arriba, Manzur y Jaldo tuvieron junto a Alperovich su baño iniciático de sciolismo explícito, con fe, trabajo, esperanza y poniendo siempre el hombro. Amaya, por su parte, recibió recientemente a Randazzo, a modo de castigo al gobernador. Pero es abajo y localmente por donde transcurren los tironeos más importantes, con los distintos lugares de las listas en el horizonte. Como candidato a intendente capitalino, Alperovich seleccionó a su ministro de Salud, Pablo Yedlin, en una apuesta que desde aquí no consideramos la más pagadora. Claro, el radicalismo provincial considera probable tomar por las urnas la casa de gobierno, pero ve aún más cerca la posibilidad de la intendencia capitalina (y la de Yerba Buena) debido a los resultados obtenidos en las elecciones legislativas 2013.
En el radicalismo tucumano las cosas parecen más simples: no pone nada en juego en 2013 y lo que consiga será ganancia. José Cano encolumna a toda la estructura de la UCR y también al resto de vertientes republicanas: en Tucumán supo sobrevivir aquel experimento de 2009 denominado Acuerdo Cívico y Social. Fue muy comentada a nivel nacional, sabemos, su foto con Sergio Massa, que no incluyó cláusula alguna para formar una estructura que incorpore al Frente Renovador. Acuerdo cupular, entonces, que no movió el amperímetro del voto para Cano en Tucumán o para Massa a nivel nacional. La apuesta, claro, es otra. Como señalamos con anterioridad, el acuerdo se reduce a que Massa no divida el voto opositor, complicando a Cano para que luego, en retorno, el radicalismo provincial se vuelque hacia Massa en un hipotético ballotage. Aquí descreemos de los acuerdos cupulares tanto como del clientelismo vía bolsón, pero no faltarán quienes crean que de eso se trata hacer política. Para la capital provincial, el radicalismo se debate entre apoyar a la candidata que salió con fuerza a hacer campaña publicitaria, Silvia Elías de Pérez, o al más tradicional e histórico Federico Romano Norri, que bolacea con un Mapa del Delito como el del colorado De Narváez. Ninguno está plenamente instalado, entonces sus posibilidades hablan claramente de un voto antiperonista, muy educado (!) y antibolsonero, de grandes centros urbanos, que en buena medida hace todavía del radicalismo una persistencia –también– en el NOA.
El resto de las fuerzas provinciales son netamente testimoniales. Fuerza Republicana, emprendimiento familiar de los Bussi, se encuentra reducida a sus mínimos históricos y usufructuando el discurso de seguridad en el recuerdo del Bussi padre gobernador de facto durante la Dictadura. El PRO de Mauricio Macri cuenta con cierta inserción, mínima, y en el pasado ha jugado junto al ACyS. No creemos que vaya a ser ese el caso en los próximos comicios. La izquierda tucumana no saborea las mieles de las que gozó recientemente en la ciudad de Salta, antes por una defección del radicalismo salteño –creemos– que por un reverdecer de la conciencia clasista, más difícil aún dentro de la clase media urbana de una capital de provincia.
Finalizamos estos quinchos tucumanos, como es costumbre, con un chiste (!).
Discutían acaloradamente un tucumano y un santiagueño acerca de sus respectivos pueblos. El tucumano dice:
–Donde vivíh’ e’ una mierda horrible, primo. Un calor e’pantoso y ni siquiera a’falto tení.
–Claro que tenemoss asssfalto, gato hijo e’ puta.
–¿Adónde, que no se lo veí’?
–¡Debajo de la tierra, para que no sse lo afanen loss tucumanoss gatosss!
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