En el posteo que inicia esta saga (!) señalamos que las elecciones de 2017 significan casi todo para el macrismo puesto que, visto el escaso aval recibido, son la llave que abre un horizonte de sustentabilidad política que permita el arribo de “inversiones", imprescindibles para pensar luego en una reelección o continuidad. Para el peronismo, en cambio, no son definitorias, ya que de todos modos debería aguardar a 2019 para ordenarse en torno a una o dos figuras. Por ahora, entropía peronista. Cerrábamos entonces señalando que “el sistema político tenderá a dar soporte a Macri aduciendo razones de supervivencia (y que) Cambiemos no necesita hacer mucho más que pisar el freno de su ajuste para conseguir buenos resultados en 2017". Intentemos, ahora, sobrevolar las estrategias y dificultades que enfrentarán las principales fuerzas que animaron 2015 de cara a las próximas legislativas.
Cambiemos, Mauricio Macri.
El momento económico no es bueno. El combo recesión + inflación; déficit + deuda; bicicleta financiera + caída de la actividad y consumo no implica para el macrismo un incendio aún, como sí hubiera sido para un kirchnerismo gobernante. El gobierno quemó su etapa de Luna de Miel, pero patea aún algunas pocas cenizas al andar. Se avizora un “giro populista", pero poco se apunta que, de darse, será respetando su demografía electoral: contención apenas a los sectores populares e impulso del consumo a los sectores medios, procambistas. El plan es Tarjeta + Obra pública. No alcanzará lo segundo, que demanda tiempos que el macrismo no tendrá y un impulso que no está en el ADN de su plan económico, aunque provenga de la Patria Contratista. Para lo primero, confían en una dinámica de endeudamiento en plástico que viene muy ejercitada por nuestros sectores medios urbanos. Por supuesto, la burbuja que esto crearía —ya que no alcanzaría para eyectarnos del círculo vicioso en el que nos introdujeron Prat Gay y Sturzenegger— sería luego una preocupación, pero es una muestra más de cuánto está dispuesto a avanzar en la tercerización el macrismo, cuando este costo era asumido antes por el estado K, con posibilidades de financiación de las que carece la clase media. ¿Alcanzaría? Difícil cuando se trata no de un Plan A sino un Plan D.
Como señaláramos, el macrismo pretendía descargar en 2016 todo el ajuste posible, para “rebotar" durante el año electoral. El peronismo realmente existente y la CSJ lo enfrentaron en referencia al tarifazo. Los MMSS en referencia al ajuste en “gasto" social. El propio Macri se boicotea, cuando busca crear condiciones para su economía ornitológica (de buitres y golondrinas), porfiando en una flexibilización laboral con enfoque en “productividad", como sinónimo de mayor margen empresarial, o cuando detiene la obra pública con el sólo fin de evitar un mayor rojo fiscal. Pero la dimensión económica no será el único eje electoral, y vale recordar que aún no vimos a los principales presupuestos estatales y a los medios adictos jugados al triunfo y continuidad. ¿Alcanzará la dimensión política para un resultado decoroso? ¿Ser, todavía, lo nuevo? ¿Prenderá aún el relato de la corrupción K? ¿Explotarán a Cristina? El no al e-vote, con seguridad, será un argumento de campaña. Pretendían usarlo por la positiva, lo harán por la negativa.
No tienen, aún, candidato en PBA. ¿Tienen a Facundo Manes en (cuac) mente? Saldrán a poner el cuerpo Vidal y Macri, pero como bien sabe Insaurralde, no es tan simple “trasladar" el voto. De todos modos, la reciente derrota de la “reforma política" en el Senado obliga al macrismo a recalcular: ya no alcanzará con “empatar" para cabalgar un Congreso dividido vía billetera; está obligado a sumar representación legislativa para negociar desde una mayor fortaleza. También para redistribuir geográficamente (aún más) el ajuste.
Renovando la renovación.
Massa fue advertido: si pretende liderar algún peronismo, en 2017 debería demostrar con qué. Ello sólo basta para entender por qué amaga con no presentarse y sumar, en (nuevo) cambio, al Gen y a Libres del Sur. Este acercamiento a Stolbizer y Donda (progresistas en lo social, conservadoras en lo económico) tiende a dos objetivos: blindarse de antikirchnerismo (condición sine qua non de cualquier sistema de alianzas que pueda contenerlo y, además, preparación por si la emergencia de Macri es vía honestismo, en un símil 1999) y para tomar oxígeno cuando sólo se tiene a sí como figura convocante. Una alianza como única posibilidad de supervivencia, más en el candelero político que en lo estrictamente electoral.
Terciará en PBA y buscará sumarse al resultado del “cordobesismo". Poco para 2019, a menos que entonces reciba la “bendición" peronista y el PJ se trasvista como la UCR en Gualeguaychú para Macri. En su contra, el voto radical estaba ya con Mauricio; el voto peronista, si bien disperso, dista de aquel grado de orfandad.
¿Todos unidos triunfaremos?
Las opciones del peronismo —hablamos de PBA— son presentarse más dividido aún u ordenarse como una oferta electoral heterogénea. Esto último por acuerdo o posterior a internas. Como una turba de indios que desconoce o perdió a su cacique, son muchos los actores para pocos espacios. ¿Divididos para mantener la representación legislativa? ¿Juntos a la par porque interesa más derrotar a Macri? Lo primero no asegura números más amplios en el Congreso, y menos aún “manejarlo", como aprendió durante este año el cristinismo. Entonces, ¿internas o lista de unidad? Los intendentes deben recordar lo bien que resultó la disputa Aníbal - Domínguez.
Uno de los grandes interrogantes es hoy Cristina: ¿va o no va? Tiene votos, tiene piso y tiene techo. Tiene, además, un sabor dulce para el macrismo. Desglosemos: 1) el macrismo está tensando la situación elástica que dejó el kirchnerismo en la macro pero también en la microeconomía; el deterioro es evidente. Aún así, las demografías electorales pueden no obedecer únicamente a este factor, y si bien esto aleja a muchos del 51% nacional del balotaje (o aún de los resultados de octubre en PBA: 39,5% a 35,2% para Vidal vs. Aníbal F. y 32,9% a 37,1% para Macri vs. Scioli), la situación (a hoy) no es tal que los obligue a refugiarse invariablemente en el kirchnerismo. 2) Descontando el concurso de la prensa oficialista, plebiscitar al macrismo no será el único eje electoral. 3) Buceando en las profundidades de las macrinomics y las macripolitiks, el peronismo realmente existente, antes preocupado por su supervivencia, buscará refugio en sus distritos. En este cálculo, las de 2017 deberían ser elecciones nacionales para Macri y una sumatoria de comicios locales para el peronismo. Ahora sí, finalizado el desglose, podemos decir que Cristina candidata nacionalizaría las legislativas, rememorando el clima de noviembre de 2015. El macrismo, por supuesto, recibirá como maná poder apelar a su reflejo primitivo, aquello que le dio constitución, su eje de campaña desde siempre: el antikirchnerismo; y entonces cada contendiente distrital, sea formoseño o riojano, podrá sustraerse del debate local o de sus insustancialidades constitutivas para discutir con Cristina y el gobierno que terminó en diciembre pasado.
De hocico al piso, el voto electrónico y la posibilidad latente de fraude serán una preocupación menos, pero habrán más, habida cuenta de que las herramientas están en manos de Cambiemos, el Poder Judicial, los medios, AEA. Mientras, para 2017 el macrismo promete política electoral cuando sólo entrega su política económica. Massa persevera en su intento por evitar ser deglutido por la polarización, algo cada vez más difícil, mientras observa cómo Vidal le roba peones. El peronismo se debate en el desorden mientras decide entre ser tributario pasivo de la tendencia macrista por abrazar el desastre o propone, en cambio, una emergencia política, sea esta en continuidad (puaj) o alternancia al proyecto gobernante.