viernes, 25 de noviembre de 2016

Voto electrónico y 2017

En reunión con algunos gobernadores PJ, el bloque de senadores del espacio concluyó que no pueden acompañar el cambio en la manera de votar. Macri debe decirle adiós a su capricho electoral, pero también a su intransigencia en la negociación política.

En agosto habíamos apuntado que “el voto electrónico sale con fritas. Y si no sale, sería una derrota más grave para Macri que la aprobación de la ley antidespidos luego vetada". Equivocamos el pronóstico, pero no así —creo— el análisis de la que por entonces no parecía una probable derrota macrista. ¿Qué pasó? Creyeron que muñequeando fondos a las provincias, agitando el fantasma del fraude que no fue y extorsionando con Cristina y el kirchnerismo, les alcanzaría. También yo lo creí así. Pero los tiempos políticos evolucionan mientras el momento económico, feo por dónde se lo mire, persiste.

La conducción política del intento de “reforma" fue espantoso; ni siquiera los medios adictos al macrismo tenían argumentos y debían publicar la opinión de informáticos y politólogos, revelando todos las vulnerabilidades (conocidas) del sistema. Frente a eso, el ¿argumento? de modernidad pareció poco. Nunca terminó de quedar claro para qué quería Macri el voto electrónico: ¿para librarse de la necesidad de fiscalizar y bajar los costos de mantener a la UCR adentro? Puede ser. Los mal pensados apuntaban en cambio hacia algún curro en la compra de un sistema caro. Los más mal pensados (que en política son más aún) decían que para hacer fraude. Lo cierto es que esta derrota obliga al macrismo a recalcular 2017.

Andrés Malamud apuntaba en Twitter los posibles gobiernos en stock: de mayoría, de coalición y de minoría. En el Senado, Cambiemos corresponde a este último. La negociación política, entonces, es casi mandatoria a menos que se apalanque fuertemente en la opinión pública. No fue el caso y Macri no quiso negociar sacar el chip o la Boleta Única en papel, ofrecimientos del PJ realmente existente. Como corolario, los gobernadores y senadores peronistas dijeron, por primera vez, “no, macho" a un proyecto de importancia vital para el macrismo. Entonces, si Cambiemos estaba feliz con sus triunfos legislativos 2016, debe mirar con preocupación el porvenir: si creía que por el desempeño del Congreso este año le alcanzaba con “empatar" (o no perder por mucho) las próximas legislativas, descansando en el alineamiento vía látigo o chequera de diputados y senadores, está obligado ahora a buscar un triunfo legislativo que le otorgue mejores números a la hora de negociar primero y votar proyectos después. Para eso, la estrategia de dividir al peronismo en PBA no sólo no alcanzaría sino que podría ser hasta contraproducente. Sabemos: los resultados pueden leerse de una manera el lunes siguiente a una elección, pero los números legislativos podrían obligar a mayores “compromisos" republicanos luego.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Populismo y globalización: Brexit, Trump y... China

Uno de los sentidos que se tejen alrededor del populismo es su calificación como opuesto a la globalización, sea por hacer su crítica, por tener un sentido electoral (y por lo tanto, local) o porque economía y política puede circular por carriles separados. Así, el discurso proteccionista es populismo aunque, desde el discurso liberal, la praxis luego entregue barreras arancelarias, fitosanitarias y subsidios a la propia producción. Este sinsentido se repite ad nauseum y el populismo termina degradado a la categoría de “todo lo malo que no me gusta".

La teoría política, post factum, quiere ver en el triunfo de Trump —así como luego del Brexit una condena a la globalización y sus consecuencias. Es innegable que las reaganomics primero (el tatcherismo en el Reino Unido) y los procesos que Toffler sintetiza para su Tercera Ola, después, constituyeron cimientos para los púlpitos desde los que predicaron los brexiters y el realDonald. Claro, si imaginamos que esos escenarios se construyeron sobre las espaldas de los habitantes de los suburbios y la ruralidad, castigados por la economía financiera y la deslocalización empresaria. Pero, contrario a lo que sostiene la prensa liberal que quería a Hillary en el Salón Oval, no fueron el único material de construcción en lo que al triunfo de Trump respecta.

Repasando resultados, podemos decir que Rusia tuvo un protagonismo importante durante la campaña electoral, pero qué poco se mencionó el hecho, fundamental, que éstas se fueron las primeras elecciones norteamericanas en las que China, al convertirse en factoría mundial y actor global, y el sudeste asiático todo en polo tecnológico, tuvieron influencia decisiva. Muchas fotos de Putin, pocas del politburó que en su momento lideró Deng Xiaoping.

Hay más razones. También la norteamérica blanca (masculina y femenina) se “defendió" con el voto —y algunas trapisonerías electorales, en los estados del sur— de las minorías que apoyaban a Clinton. ¿Tiene que ver eso con la globalización? Sí, y con la inmigración que conlleva, pero en un sentido distinto al económico y relacionado estrechamente con lo social.

¿Qué queremos decir? Se le ha adjudicado a Trump —y también a brexiters como Boris Johnson— el apelativo “populista" para explicar las razones de sus éxitos. En la prensa liberal y antitrumpista, el populismo es simplificado como “decir lo que el electorado quiere escuchar". Es más complejo, no sean hijos de puta, responde Laclau. Todos son populistas, agrega —o nos tomamos la licencia poética de darle voz—. Incluso Hillary, cuando (tarde) hizo populismo del peor al demarcar el campo político con Donald J. como hito fronterizo. Antes, fueron escasos sus esfuerzos por encadenar las demandas disímiles de las minorías cuyos votos solicitaba. Planteó el EE.UU. del futuro, multicultural, respetuoso de la diversidad y las demandas de género, pero sólo pudo intentar articular estas propuestas en rechazo al magnate presidente electo. Trump, en cambio, con Make América Great Again y su foco en la casta política (I'm sorry for la troskeada, pero el realDonald la troskeó bastante), a la que no tildó de equivocada sino de inútil, hizo populismo antes y mejor, consiguiendo el voto de incluso un 30% de los mismos inmigrantes a los que prometía echar a patadas. En términos económico, EE.UU. fue puesto a elegir entre los '80s reaganianos y los '90s clintonianos. Pero desde un enfoque social, la dicotomía fue planteada entre pasado y futuro, siendo el primero, para una parte pequeña pero determinante del electorado, el recuerdo del añorado american way of life.

Aterrorizados aún por un triunfo que creían imposible cuando sólo era improbable, algunos analistas, interesados, hablan de una ola de populismo que destruiría más temprano que tarde al mundo. Están los que quieren ver el mundo arder y están los que se conforman con pronosticarlo. Pero si bien tanto Trump como los brexiters se apoyaron en eslóganes populistas, apelaron antes a un conservadurismo romántico y casi cinematográfico. En el caso Trump, un retorno al americanismo, la nostalgia de un pasado idílico en el que sólo iban a la guerra para detener nazis y sucios comunistas. Más que populista, Trump es lo que él reconoció ser: un conservador, en este caso, popular. Y cualquiera de nosotros puede entender a qué se refiere el término: “volvamos a la época de nuestros abuelos en la que... (acá) los chicos podían jugar en la vereda o (allá) teníamos al american dream delante de nuestras narices y el sky era el limit". En ocasiones, el pasado queda más cerca que el futuro.

Además de considerar que con Trump asistiríamos a un supuesto fin de la globalización, el imperialismo norteamericano ha sido puesto también en entredicho en su efectividad como factor cohesivo del lábil por diverso tejido social. Debe haber algo así, momentáneo, pero la constante apelación de Trump a su capacidad para destruir a ISIS desmiente parte del postulado. Así, ambos argumentos, el fin de la globalización y el expansionismo imperial norteamericano, se demuestran apresurados.

La globalización es hace tiempo una fuerza que supera largamente las posibilidades de control por parte de un Estado, así sea este el más poderoso del mundo en términos militares, culturales y —todavía— económicos. ¿La caída o reconfiguración de tratados como el NAFTA o el TPP implican algo distinto a un tiempo para repensar los modos en que el comercio mundial se moldea a sí mismo? ¿Más estado y menos mano invisible? Si consideramos que ya les tocó a las socialdemocracias europeas gestionar recortes al estado de bienestar, y se asimilaron a las derechas que las precedieron (con relativo éxito para el capitalismo financiero, desastroso para los sistemas políticos que vieron monocromatizadas sus ofertas electorales), es dable suponer que con el mismo grado de éxito (es ironía) los conservadurismos que vendrán —traccionados por los mismos condicionantes que explican el Brexit y a Trump— serán llamados a gestionar el rebote electoral que ahora pide por más estado-nación y menos economía global. Pero no se tratará de cambio de paradigma alguno, sólo un grado de variación en las relaciones de fuerza que navegan las aguas de una economía global, en la que China ganó en injerencia en detrimento de un EE.UU. que debe aún decidir si continúa siendo el gendarme mundial.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Love Trump's hate

No era así el pésimo eslogan de campaña de Hillary, pero fue así como el discurso de Trump “trickled down" a los white uneducated, que vieron mermar sus fuentes de trabajo vía globalización, “Shaina" y la excusa de la inmigración descontrolada: el odio le ganó al amor. Pasó acá y también allá, con candidatos que no sólo no enamoraron sino que presentaron elevados niveles de rechazo.

¿Perdió Hillary? ¿Ganó Trump? Un poco de ambas. La peor candidata que podían presentar los demócratas frente a un supuesto outsider. Una campaña que hizo foco en demonizar al realDonald vs. promesas irrealizables y just common sense (para decir demagogia) por parte del anaranjado magnate. ¿Ganó el populismo, horrible populismo? No hagan que Laclau se corchee: populismo no es sólo decir lo que el público quiere escuchar. Las Trumponomics, en cambio, se parecen más al recetario tradicional del conservadurismo republicano (recortar taxes a los ricos, también salud pública y gastos sociales, por ejemplo) que al ideario peronista como quieren vendernos en la tele macrista. Pero retornemos. Hay más razones, claro: la participación (Hillary, 7 palos menos de votos que Obama vs. Trump, con sólo 1,5 palos menos que Romney); el voto del rust belt, Ohio, Pennsylvania, a priori azules, a la larga rojos enmarcados en razones similares a las que explicaron el Brexit; redes sociales vs. medios tradicionales, Rusia, WikiLeaks, etc., etc. Todo ha sido dicho ya.

¿Qué podemos pensar entonces? ¿Qué cabría esperar de una Trump administration? En principio, resulta una incógnita. El New York Times (con una importante participación accionaria del mexicano Slim), dijo re caliente: “we don’t know if he has the capacity to focus on any issue and arrive at a rational conclusion". Tranqui, eh. Como para que tenga y guarde. Uno querría agarrarse de su discurso de aceptación, moderado y calmo, para evitar pensar que es un monkey with a granade que va a enquilombar el comercio mundial, destruir economías dependientes del dólar (y en Latinoamérica no tenemos sólo a la Alianza del Pacífico, sino que debemos sumar a Temer y Macri), embarcarse en war trades con Shaina (aka as China), favorecer el desmembramiento de la Unión Europea, etc. Por lo pronto, una de las posibilidades es que produzca justo eso. O parte de eso. Otra posibilidad, más ansiolítica, es que en vista de que llegó sólo, sin equipo, y que su partido dominará ampliamente el Congreso, se avenga a encauzar un gobierno republicano como los conservadores mandan, entregando el gobierno al Partido y reservándose la figuración. Nombres como Giuliani o Gringitch ya suenan para su gabinete. En tal caso podríamos esperar, esperanzados (!), algo más parecido a la presidencia W. Bush que a la del host de The Apprentice. Sí, ya se, no suena inspirador, pero antes que rezar para que vengan los marcianos a invadirnos y respirar aliviados con un Mars Attack liberador, dejenmé con George W.

¿Que van a haber más tiros en yanquilandia, dicen? ¿Van a tirar abajo el Obamacare? ¿Chau a Roe vs Wade y todo el progresismo liberal norteamericano? ¿Que van a perseguir musulmanes, mexicanos y los van a cagar a palos más que ahora? Sí, puede ser. Pero votaron eso, chicos. Como acá votamos xenofobia, endeudamiento y bicicleta financiera con políticas anti industriales. A comerla o armar un partido para ganar las elecciones. A propósito de esto último, Obama y Hillary son Cristina y Scioli, y los demócratas deberán reencontrar su lugar en el mundo (político norteamericano) y reinventarse bajo un nuevo liderazgo. ¿Warren? ¿Michelle 2020? Es pronto para saberlo.

¿Y para Argentina, qué podríamos esperar? Amén de los groseros errores de política exterior del team Malcorra/Macri/Lousteau, no mucho en términos políticos pero sí en términos económicos si el realDonald termina siendo un mono con navaja. Turbulencias diplomáticas, difícil: al contrario de lo pregonado por el discurso del “oh, qué felicidad, ¡volvimos al mundo!", lo cierto es que les importamos tres carajos y tendrán preocupaciones geopolíticas más urgentes. No deberíamos dejar de anotar, de todos modos, que supeditamos nuestra política exterior a la candidatura de Malcorra a ONU para perder por sobreactuación hacia una administración norteamericana que se iba y que, a la postre, también perdió. No era lo más probable, pero tampoco era imposible. De todos modos, resulta más preocupante que el plan económico del macrismo fuera *abrimos comillas* consensuado *cerramos comillas* *igual seguimos haciendo comillas por un rato* con el secretario del Tesoro de Obama y que, además, la nueva administración trumpista deberá demostrar cuánto respeta la tradicional independencia de la Reserva Federal yanqui. Let's pray for Vidal, but first raise your hands to the Lord for Sturze & Prat Gay.

Gran idea, además, abrirse irresponsablemente a la globalización golpeando al mercado interno mientras la primera es cuestionada en los países centrales. ¿Se revalorizan los Estado-nación? Puede ser. ¿Estamos frente al fin del imperialismo norteamericano? Difícil: es más probable que, así como le tocó antes a la socialdemocracia europea lidiar con soluciones a problemas que la alejaron de los Estados de bienestar, la ciudadanía esté encargando ahora a los conservadores un retorno a cierta protección social por parte de estos Estados. Así, tan contradictorio como suena.

Mientras todas estas incógnitas se resuelven, podemos entretenernos intentando acertar el tono Koleston de Donald J., contando los días para el encarcelamiento prometido de Hillary o tomando nota de cómo lleva adelante Juliana su lenta, pero segura (?), transformación en Melania. Solo queda por decir: crooked Trump voters.