Macri presidente en 2015. Vidal gobernadora de la provincia de Buenos Aires. 71 a 28 en Córdoba, 57 a 42 en Mendoza, 55 a 44 en Santa Fe. Rodríguez Larreta en CABA. Una ola amarilla que avanzó sobre el país desde el puerto, inundando la zona centro. En lo político, un triunfo demoledor. Histórico. Más aun considerando a un partido relativamente nuevo, pretendidamente ahistoricista, que entendía mejor las demandas de aquel presente que un peronismo que arrastraba tres gobiernos y anquilosado en sus modos de vincularse con el electorado independiente; ese porcentaje que suele definir elecciones cuando las hinchadas peronistas y antiperonistas pueden mirarse con bronca porque la situación económica se los permite.
"Cada generación, dentro de una relativa opacidad, tiene que descubrir su misión, cumplirla o traicionarla", apuntó alguna vez Frantz Fanon. Argentina tenía para el macrismo una misión con dos demandas complementarias: la primera, no chocar la calesita para poder llegar al final del mandato. La segunda, entonces, era devolverle al sistema político una necesaria competencia para que no se perpetuara lo que la crisis de 2001 había entregado: un cuasi unipartidismo en donde lo electoral se dirime al interior del peronismo. Recordemos 2005 y 2013. No digamos 2008/9 porque en ese momento se introdujo un actor que no supo, quiso o pudo perdurar (al que Cambiemos representó luego).
¿Qué resultados puede mostrar el macrismo en relación a aquellas demandas? ¿Qué podemos decir en referencia a su misión? La conclusión es que falló. Estrepitosamente. Y en un capricho adolescente, dejará poco en pie detrás de sí. Sólo "Horacio", si no es forzado a un balotaje que puede perder.
¿Falló porque no supo? ¿Porque no quiso? ¿Porque no pudo? El macrismo, al menos el que se expresa mediáticamente, muestra siempre una disociación cognitiva peligrosa: no puede linkear lo social con lo económico. O lo electoral con lo económico, si quieren. Cuando habla de economía —escuchemos— no hablan de la gente. Y cuando hablan del votante, lo hacen aislándolos del contexto en el que les toca desenvolverse o, como mucho, desde una apelación ética. Dicen, así, que tenían la mirada fija en la orilla a la que querían llegar (objetivos económicos) y no voltearon para ver que a la gente se la llevaba el caudaloso río del desempleo y la caída del salario real (lo social). Con este plan económico, ¿podían esperar otros resultados? ¿En Argentina? Cometieron un pecado que suele cometer el antiperonismo: se pelean con la realidad, porque ésta no es la chilena, peruana o brasileña sobre la que quieren operar, y entonces dicen "estamos haciendo lo que se hizo en Chile" o "queremos ir a la velocidad de Brasil" y patinan como bicicleta sin cadena con los condicionantes que no quieren, pueden o saben reconocer.
Esto, que les ocurre en materia económica y social, lo replican a nivel político. Repetimos: Argentina les exigía reestablecer alguna forma de bipartidismo mientras ellos, con otro mandato de sus bases obcecadas, pretendían mantener el unipartidismo pero barriendo al peronismo. Ya ni siquiera apelar a captarlo, fagocitar al PJ desde el poder como cuando Menem entregó las banderas políticas para abrazarse el realismo periférico y bailar con Santiago Soldati según graficara acertadamente José Pablo Feinmann. No: sin resultados de gestión económica, sin bienestar que derramara —ni a eso apelaron— sobre el pueblo trabajador, pretendían imponer una sanción moral que continuara castigando al peronismo del último cristinismo.
¿No supieron? No... sabían lo que querían y no era devolverle al sistema una configuración competitiva, de mayor estabilidad tal como le solicitaron muchos analistas pro mercado y pro radicales. Entonces, ¿no quisieron? No, no quisieron. ¿No pudieron? Falta para octubre, pero todo parece indicar que no, no pudieron. Y es una deuda que ya están cobrándole muchos —hasta el 11 de agosto— simpatizantes, adherentes y mecenas.