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–Teniendo en cuenta que durante los años ’90 hubo un proceso de despolitización a nivel regional, que fue muy acentuado en los jóvenes, ¿notaron algún cambio en ese sector en cuanto al sentimiento de compromiso con la política?
–Lo que se da en la juventud es muy interesante. Nosotros tratamos de desmitificar la idea de la apatía juvenil con respecto a la política, que se había convertido en un lugar común en el discurso político de hace algunos años. Las preguntas que se permiten recortar para el grupo joven de 18 a 29 años mostraban que, efectivamente, era muy bajo el porcentaje de jóvenes que votaba, aunque no mucho más bajo que el de adultos. Pero la gran mayoría de los jóvenes sí tenía procedencia política, a pesar de no estar afiliados a un partido; no eran indiferentes a la política. (...) Incluso, había un porcentaje más alto de jóvenes que respondía que sí había participado ese año en protestas o movilizaciones. Los jóvenes eran más proclives a convertirse en un actor público que los adultos.
–¿Actor público o actor político?
–Actor público. Creo que recién ahora se está produciendo ese cambio de lo público a lo político.
–¿En qué reside la diferencia?
–En varias cosas. En primer lugar, la juventud tiene una capacidad de movilización sin precedentes, porque funciona más unidamente en redes electrónicas, y ha pasado a organizarse para articular discursos, para presentar información de acuerdo a sus demandas, para convocarse de manera más sostenida en el tiempo. Redes que se traducen en irrupción en la vía pública. En segundo lugar, porque en países con mayor nivel de desarrollo y mayor ingreso per cápita son más los actores que esperan que ese progreso se traduzca en mejores prestaciones y en atención de lo público a sus problemas específicos.
–¿Las reivindicaciones estudiantiles chilenas sería un ejemplo de esto?
–Sí, manifestaciones por mejor educación pública. Creo que esa es una razón poderosa. La tercera razón es que la juventud no se ha sentido muy representada por las instancias de referencia política, sobre todo el Parlamento y el sistema de partidos. Pero de alguna forma percibe que algo está cambiando y que hay vacíos por llenar en el ámbito de la política. Y como además está más empoderada en términos de información, siente que es un actor válido frente a otros actores políticos. Maneja una gran cantidad de información y tiene mayor acceso a otras fuentes de información.
–Sin embargo, en el libro Sentido de pertenencia en sociedades fragmentadas, usted pone en cuestión el hecho de que un fácil acceso al conocimiento suponga una mayor participación en el nivel de las decisiones.
–Eso es cierto hasta ahora por dos razones. Una es que la juventud, sin convertirlo en un discurso explícito, hace una diferencia entre la política y lo político. En algunos lugares –la familia, los clubes, entre otros– hay espacio para decidir. No son “la política”, pero son espacios de poder. El segundo elemento es que hay un salto reciente que tiene que ver con que la juventud hoy en día aparece, o bien porque tiene un manejo de información que la hace sentirse más empoderada políticamente o bien porque la política se abrió como un campo que ya no responde a un pensamiento único. Hay una percepción mucho más generalizada de que la política deja de ser una especie de administración mecánica del aparato burocrático público para ser un espacio donde se pueden tomar decisiones para modificar la sociedad. Eso está bastante claro en la mayoría de los países de América del Sur.
–Pensando en el protagonismo de los jóvenes en las manifestaciones públicas en ambos lados del océano, ¿qué similitudes y diferencias encuentra entre lo que sucede en Chile y en algunos países de Europa?
–En Europa, las movilizaciones juveniles son más reactivas a la crisis y menos propositivas. Son más espasmódicas, no tienen la continuidad que tiene el movimiento estudiantil en Chile, que durante los últimos seis meses ha estado en la calle y no los han podido sacar. Lo que ocurre en Chile está al borde de ser un cuestionamiento antisistémico, con un paquete de reformas amarrado a un cálculo de costos y un pacto fiscal para incrementar recursos para la educación. Por otro lado, las reivindicaciones en Chile atañen específicamente al sistema educativo, aunque se eleven críticas a un sistema social que consagró una división muy fuerte entre lo público y lo privado.
(...)
–¿Qué papel cumple el apoyo social a las reivindicaciones en Chile para garantizar su continuidad?
–Yo creo que es muy importante. En ese sentido el movimiento estudiantil nunca logró ser aislado respecto del resto de la sociedad. Por otro lado, no produjo un efecto contagio ni derivó en otros sectores sociales, porque podría haber salido la gente en contra de la seguridad social privatizada, o la inseguridad en las minas que se instaló fuerte en la agenda, o el movimiento indígena que fue el movimiento fuerte el año anterior. Es muy paradójico porque no motiva la movilización de otros grupos, pero sí produce un apoyo general.
–Lo que se da en la juventud es muy interesante. Nosotros tratamos de desmitificar la idea de la apatía juvenil con respecto a la política, que se había convertido en un lugar común en el discurso político de hace algunos años. Las preguntas que se permiten recortar para el grupo joven de 18 a 29 años mostraban que, efectivamente, era muy bajo el porcentaje de jóvenes que votaba, aunque no mucho más bajo que el de adultos. Pero la gran mayoría de los jóvenes sí tenía procedencia política, a pesar de no estar afiliados a un partido; no eran indiferentes a la política. (...) Incluso, había un porcentaje más alto de jóvenes que respondía que sí había participado ese año en protestas o movilizaciones. Los jóvenes eran más proclives a convertirse en un actor público que los adultos.
–¿Actor público o actor político?
–Actor público. Creo que recién ahora se está produciendo ese cambio de lo público a lo político.
–¿En qué reside la diferencia?
–En varias cosas. En primer lugar, la juventud tiene una capacidad de movilización sin precedentes, porque funciona más unidamente en redes electrónicas, y ha pasado a organizarse para articular discursos, para presentar información de acuerdo a sus demandas, para convocarse de manera más sostenida en el tiempo. Redes que se traducen en irrupción en la vía pública. En segundo lugar, porque en países con mayor nivel de desarrollo y mayor ingreso per cápita son más los actores que esperan que ese progreso se traduzca en mejores prestaciones y en atención de lo público a sus problemas específicos.
–¿Las reivindicaciones estudiantiles chilenas sería un ejemplo de esto?
–Sí, manifestaciones por mejor educación pública. Creo que esa es una razón poderosa. La tercera razón es que la juventud no se ha sentido muy representada por las instancias de referencia política, sobre todo el Parlamento y el sistema de partidos. Pero de alguna forma percibe que algo está cambiando y que hay vacíos por llenar en el ámbito de la política. Y como además está más empoderada en términos de información, siente que es un actor válido frente a otros actores políticos. Maneja una gran cantidad de información y tiene mayor acceso a otras fuentes de información.
–Sin embargo, en el libro Sentido de pertenencia en sociedades fragmentadas, usted pone en cuestión el hecho de que un fácil acceso al conocimiento suponga una mayor participación en el nivel de las decisiones.
–Eso es cierto hasta ahora por dos razones. Una es que la juventud, sin convertirlo en un discurso explícito, hace una diferencia entre la política y lo político. En algunos lugares –la familia, los clubes, entre otros– hay espacio para decidir. No son “la política”, pero son espacios de poder. El segundo elemento es que hay un salto reciente que tiene que ver con que la juventud hoy en día aparece, o bien porque tiene un manejo de información que la hace sentirse más empoderada políticamente o bien porque la política se abrió como un campo que ya no responde a un pensamiento único. Hay una percepción mucho más generalizada de que la política deja de ser una especie de administración mecánica del aparato burocrático público para ser un espacio donde se pueden tomar decisiones para modificar la sociedad. Eso está bastante claro en la mayoría de los países de América del Sur.
–Pensando en el protagonismo de los jóvenes en las manifestaciones públicas en ambos lados del océano, ¿qué similitudes y diferencias encuentra entre lo que sucede en Chile y en algunos países de Europa?
–En Europa, las movilizaciones juveniles son más reactivas a la crisis y menos propositivas. Son más espasmódicas, no tienen la continuidad que tiene el movimiento estudiantil en Chile, que durante los últimos seis meses ha estado en la calle y no los han podido sacar. Lo que ocurre en Chile está al borde de ser un cuestionamiento antisistémico, con un paquete de reformas amarrado a un cálculo de costos y un pacto fiscal para incrementar recursos para la educación. Por otro lado, las reivindicaciones en Chile atañen específicamente al sistema educativo, aunque se eleven críticas a un sistema social que consagró una división muy fuerte entre lo público y lo privado.
–¿Qué papel cumple el apoyo social a las reivindicaciones en Chile para garantizar su continuidad?
–Yo creo que es muy importante. En ese sentido el movimiento estudiantil nunca logró ser aislado respecto del resto de la sociedad. Por otro lado, no produjo un efecto contagio ni derivó en otros sectores sociales, porque podría haber salido la gente en contra de la seguridad social privatizada, o la inseguridad en las minas que se instaló fuerte en la agenda, o el movimiento indígena que fue el movimiento fuerte el año anterior. Es muy paradójico porque no motiva la movilización de otros grupos, pero sí produce un apoyo general.
Muy buen análisis.
ResponderBorrarDice algo además sobre juventud y criminalidad. Después subiremos algo al respecto.
ResponderBorrarAbrazo, Daniel.
Muy interesante. Como para pensar varias cosas. Un punto que me parece algo flojo es cuando en relación al movimiento estudiantil chileno dice que sorprende que éste no haya motivado o estimulado otros movimientos de clase media, mineros o indígenas. En primer lugar es que es por una decisión política de la Confech de mantener sus reclamos en el orden estrictamente educativo. Incluso hay reclamos de los estudiantes mapuches con respecto a que no se les permite el ingreso como entidad a la confech. El problema es que la conducción estudiantil no quiere inmiscuirse, me parece,en el conflicto indígena, en especial con el pueblo mapuche, que está infinitamente más organizado, activo y cuestionado desde el gobierno que aquí en nuestro país. Si no hay unidad es porque a los estudiantes que dominan la Confech no les interesa. Sobre el tema de los mineros, me parece que tampoco a los mineros les interesa involucrarse con un movimiento que en gran medida es impulsado desde el partido comunista chileno. En este sentido la historia pinochetista pesa.
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