Somos actores y queremos actuar, clamaban mucho tiempo atrás nuestras estrellas televisivas. Somos periodistas y queremos preguntar, lloraban en lo de Lanata nuestros Bernstein y Woodward de cabotaje. Pronto cortarán la Panamericana nuestros Pepes Sánchez in the real life al son de Somos agentes de inteligencia y queremos agentedeinteligentear.
Decíamos la semana pasada que lo que ocurre es grave. No sólo por la muerte de Nisman sino porque —quedó cada vez más claro— involucra a los servicios de inteligencia, actuando al margen de la ley, de algunos consensos democráticos y también como herramienta de una política exterior que nos excede y comprende a EE.UU., Israel, Medio Oriente y varios gobiernos democráticos argentinos. Si estuvieron siguiendo a Santiago O'Donnell, sabrán que la pista iraní constituyó desde su inicio una política de Estado que incluyó a partidos políticos, periodismo y organizaciones de la colectividad judía; pacto implícito que se quebró al firmarse el memorándum de entendimiento con Irán que, válido es decir, fue propuesto como guinche que arrastrara la causa fuera del pantano en el que siempre se encontró. ¿Quebró el oficialismo ese pacto o éste fue abandonado por las fuerzas opositoras para ser utilizado en cambio como ariete en la lucha de facciones políticas? Nada está muy claro en ese sentido, cuando por ejemplo Obama busca acercarse a Teherán aún a pesar de contar con detractores en la política y los medios norteamericanos, a los que amenazó al respecto en su reciente discurso de State of the Union.
En nuestra política interna, al conocerse la muerte de Nisman, quien picó en punta para atacar al gobierno nacional fue Mauricio Macri. Luego se llamó a silencio para no avivar el fuego que podría chamuscarlo en nombre de su Fino Palacios, recomendado por la CIA, el Mossad e involucrado en la causa AMIA como encubridor. Luego el radicalismo, con la disputa en los territorios provinciales y contra el peronismo en mente (además porque durante el gobierno de la Alianza se modificó la ley de inteligencia, como detallara Martín Rodríguez). El Frente Renovador, en cambio, se sacó los zapatos y caminó en medias para no hacer ruido. Sólo la acostumbrada pantomima de sobreactuar representación en su pretensión de constituirse en querellante. El pasado de Massa en el kirchnerismo y como Jefe de Gabinete lo inhibe para un enfrentamiento más abierto.
A nivel social, mi impresión es que se trata de un tema más bien metropolitano, percibido como lejano por quien no cuenta con una adscripción política que lo haga parte de algún núcleo duro. Esto teniendo en cuenta el fogoneo mediático y más aún cuando se vislumbró que la denuncia contra Cristina y Timerman se caía a pedazos por ridícula (fuentes desopilantes y sospechas sin pruebas; le faltó sexo para constituir una trama de best seller). El martes pasado sostuvimos que habilitaba la emergencia de esa corriente emocional de odio contra el gobierno, expresada antes en sucesivos cacerolazos. Se derraman dosis importantes de voluntarismo de uno y otro lado: la muerte de Nisman no podría voltear al gobierno ni tampoco hay que mirar hacia Tacuarí y Magnetto cada vez que alguna situación jaquea al oficialismo. No puede soslayarse, de todos modos, el nivel de patetismo alcanzado por algunos periodistas del multimedios, así como también la pobre respuesta del gobierno la semana pasada, alarmante desde lo comunicacional, la inteligencia y el aplomo necesarios para afrontar la situación.
Otro sí: la judicialización de la política sirve para pegar, para la guerra de guerrilla, para mantener avispados a los núcleos duros, pero no para crear volumen político. Esto era algo que aún la Alianza UCR-Frepaso sabía y nuestra decepcionante oposición desconoce. Por suerte, quizás.
Respecto al anuncio realizado por Cristina ayer (hay que “suicidar" al encargado de la puesta en escena, eh, anoten), pueden leer un pormenorizado resumen del proyecto para reformar la ex SIDE acá. Nuestra evaluación es más bien simple: es absolutamente necesario, fue pospuesto demasiado tiempo pero ese no es argumento para oponerse y, en realidad, nadie con un poquito de buena leche (o chances de acceder al poder) puede sino estar de acuerdo. Si necesitan pruebas, sólo basta ver quiénes llevaron la voz cantante en este entuerto: marginales como Bullrich, delirantes como Carrió, la izquierda con Altamira (!) o segundas y terceras líneas sin juego propio. Sólo Cobos se permitió mostrarse frontalmente en contra y por los motivos detallados en el tercer párrafo.