Es tiempo de reconocer que lo endeble de la economía global hace letra muerta del teorema de Baglini, aquel que reza que cuanto más cerca del poder más conservadoras se tornan las posiciones de un político. El pasado 2016 lo demostró: luego de la crisis subprime de 2008, de las golpeadas economías periféricas europeas y el menor crecimiento chino, no solo no hay timidez alguna para pegarle al sistema sino que, además, paga electoralmente. Y es probable que continuemos en la tónica por no pocos años.
Así el Brexit como Trump, manifestaciones ambas del descontento de un gran porcentaje de la población mundial con el estado actual de situación (que son noticia —claro— porque afectan a países desarrollados, al tope de la tabla de PBIs, aquellos donde nacieron las megacorporaciones que impusieron y son las ganadoras de la globalización); así Marine Le Pen en Francia, sentenciando el fin de la Unión Europea como promesa implícita de campaña. Estos casos dan cuenta de cómo las preconcepciones de lo políticamente correcto y hasta lo políticamente posible van siendo puestas no sólo en cuestión sino, directamente, abandonadas por no garantizar lo que un contexto más estable otorgaría en tiempos electorales: mayores chances de triunfo a las posiciones de centro.
El reciente discurso de Theresa May en Davos, explicando todo lo que supuestamente no implica el Brexit para la UE y la economía global, es síntoma de cómo el escenario de inestabilidad política provocado por las políticas económicas de las fuerzas globalizadoras los encuentra todavía sin respuestas superadoras. Y entonces sólo atinan a criticar la emergencia de distintas opciones políticas al grito desgarrado de “¡populismo, horrible populismo!" sin siquiera comprenderlo, como bien apunta MECasullo*. “...The forces of liberalism, free trade and globalisation that have had – and continue to have – such an overwhelmingly positive impact on our world...", alaba May, cuando son algunas de las razones que explican el Brexit. Luego, sí, critica a las fuerzas políticas que se retroalimentan con sus consecuencias y están también en la base del resultado del referéndum: “...across Europe parties of the Far Left and the Far Right are seeking to exploit this opportunity, gathering support by feeding off an underlying and keenly felt sense among some people – often those on modest to low incomes living in relatively rich countries around the west – that these forces are not working for them...". Si no fuera por miopía o un raro fatalismo para tratarse de política, el discurso todo sería digno del mejor Groucho Marx.
Tenemos también cerca el caso de España, remedando a Bélgica en sus intentos por formar gobierno tras una y otra elección, con la emergencia de Podemos y Ciudadanos a uno y otro lado del arco político, tal cual describe en disconformidad Theresa May.
En Latinoamérica, lo anterior más la caída de las commodities explicó la ventana por la que arrojaron a Dilma y el PT, con la novedad de que enviaron necesariamente al drenaje a Odebretch, un privado y más que grande, algo impensable hace poco tiempo. Complicando además la política en otros países de la región, vistas las ramificaciones subcontinentales de los negocios de la constructora brasileña. En nuestro país explica, en parte, que votáramos un #cambio para volver a las recetas fracasadas de aperturismo comercial y economía financiera, justo cuando el admirado “mundo" se complica a consecuencia de todo lo anteriormente enumerado. Resulta gracioso, además, que el macrismo esté traicionando algunas de sus promesas electorales apelando a la racionalidad del ejercicio del poder.
Entonces, como si lo descripto no fuera suficiente, tenemos a China —¡a China!— liderando la resistencia por la economía global que hasta acá nos condujo, mientras Trump intenta redifinir el rol global de EE.UU. con una mirada hacia adentro, como una búsqueda de entropía dentro de un sistema que muestra signos preocupantes. Así, el descontento social por lo económico —y no tanto por lo injusto de la distribución de poder o riqueza sino antes por sus consecuencias, algo que no debe confundir a las elites políticas si quieren comprender el fenómeno— habilita posiciones que prometen saltos hacia lo desconocido con una liviandad que a veces asusta al más plantado. Quizás sea momento de reformular el teorema de Baglini, y decir entonces que en el actual contexto, el político sólo se torna conservador en sus propuestas... luego de acceder al poder.
* Habíamos apuntado que no sólo Trump hizo populismo, sino también Hillary Clinton, sólo que tarde y de manera poco efectiva. Además, que el término “populismo" no es de modo alguno el antónimo de “globalización".
a mi me parece que el llamado populismo
ResponderBorrarsolo es la metonimia que hace de la parte mayor la totalidad
sino recordemos el "54%" del kirchnerismo como fuente
de toda razón y justicia claro
populismo es el momento negativo del republicanismo
Habrá que ver de todos modos si la justicia de allá, los lobbys y los grupos económicos con intereses dejan llevar adelante esa política. Por lo pronto los mercados de capitales del mundo no se inmutaron, no hubo ninguna corrida ni nada parecido.
ResponderBorrar"populismo es el momento negativo del republicanismo"
ResponderBorrarMmmm el populismo es la respuesta democrática al republicanismo negativo que afecta a una mayoría
Igual a no confundir la demagogia con el populismo.. tan caro al republicanismo enciclopedista-ilustrado (gorila en la mayoría de las veces) vernáculo para los cuales en la noche todos los gatos son pardos
Sí pero la "globalización" que defiende China es muy distinta a la Occidental (ver crítica del Presidente chino en Davos).
ResponderBorrarEn mi opinión la globalización lo que produce no son "relaciones internacionales" sino "relaciones intraglobales" (entre escenarios locales de lo global). Esto no podía ser de otro modo puesto que las clases dominantes en el globalismo son oligarquías absolutamente refractarias a las soberanías nacionales. El oligarquismo globalista puede definirse sin exagerar como una máquina de derrotar soberanías.
Para que haya "relaciones internacionales" de verdad deben existir las soberanías nacionales en toda su plenitud. Esto posibilitará un acuerdo en base a principios de desarrollo que involucren a la mayor cantidad de países del planeta. Podría ser una especie de B. Woods II pero incluyendo a Asia, África y América Latina.
Ahí está el opa Ricardo devorandole el Pirulin al vasco amongo y al ñoqui omix
ResponderBorrardecime que al menos crepó manolo de una vez (o mas bien lo oficializo)
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