Quizás sirva esto para entendernos entre argentinos. Snif. Y que finalmente el amor triunfe, derrote al odio (aunque sea por un penal de Toia), nos demos la mano, juguemos como vivimos, nuevamente se abracen Menem y Rojas (porque después de Perón-Balbín, Alfonsín no era suficiente) y que los caceroleros puedan cantar "mínimo no imponible y cacerola, la lucha es una sola". Yo me hago el vivo y ya la deben haber cantado. Que vuelvan el Chori y Cavenaghi. A España y Brasil, respectivamente. El almeydismo al pálo.
Decía, antes de que me atacara la disgresión (no se preocupen, se que Fernando Bravo me va a defender y Monner Sanz ya debe estar radicando la denuncia en algún juzgado), que estas notas quieren servir para la reconciliación nacional. ¡Fa, pavada de empresa! Un lock-out, le vamo' hacé' al enfrentamiento entre compatriota', te digo. Y es que, según gente estudiosa, que sabe de ciencias sociales, historia y es capaz de citar a Bourdieu y Saussure sin sonrojarse y pronunciar fucó cuando se refieren a Foucault, nuestro país vive tironeado entre concepciones antagónicas. Algo así como una cinchada entre la intelectualidad asesina de indios que siempre miró a Europa y el gauchaje/obreraje negro y aindiado, vago y atorrante. Civilización o Barbarie. Liberación o Dependencia. River o Boca. San Martín de San Juan o Rosario Central. ¡Atelético-San Martín! Para que me entiendan los más chicos que leen el blog: Facebook o blogs. Bueno, antes de terminar de divagar, podríamos reducir los términos a categorías más actuales como liberales vs. populistas.
Yo soy un liberal de la música.
Sí, escucho la cortina de 678 y se me revuelve un poco la pancita. Perdón, Sandra Russo. Perdoname, Calle 13. Rosana, en cambio, si me gusta. Llegaremos a Tiempo. No conozco el resto. Y tampoco quiero. Muerte a Calle 13. No, bueno, tampoco me voy a poner en militante del liberalismo musical, pero sí en fundamentalista del rocanrol. Rocanrol o muerte. Hasta el bombo en negras siempre. Unidos y organizados en escala pentatónica. Ser un liberal de la música es bastante simple y puede servir como ejemplo para que uno de esos populistas peronchos y/o kakistas, seguidores de la Yegua (perdón, la yegua, así, con minúsculas) y festejadores de confiscaciones varias, entiendan cómo está estructurado el psiquismo y los mecanismo que un liberal utiliza para relacionarse con -y para comprender- la realidad. Y viceversa: un liberal podría intentar entender cómo piensa un populista yendo a la cancha para cantar "Y dale Bóoo..." o "Che, bostero, mirá qué distinto' somo'...". En el preciso instante en que su mente contaminada de música electrónica individualista y deividguetiana haga click, y se identifique y reconozca en quienes tiene al lado, con quienes comparte ese momento único y mágico en el que se borran pasado y futuro y uno es uno con todos (algo así como una orgía pero sin sexo explícito), en ese momento podrá entender qué significa ser populista. Así, como a grandes rasgos, claro, sin necesitar de Laclau o Forster para que se lo explique. Por eso Macri, en Boca, con los palcos, elitizó el sentimiento bostero, lo neoliberalizó, lo hizo individualista y posmoderno. Lo hizo, en suma, guita. El sentimiento transformado en billetes contantes y sonantes, como buen liberal. El fútbol para todos, en cambio, es populista. Por eso les cuesta entenderlo. No entienden nada, loco.
Volviendo a la música, pareciera a veces que en las facultades de filosofía y letras Silvio Rodríguez fuera una materia optativa. No es posible tener rastas o barba, bañarse poco, fumar porro y no escuchar a la vez canciones con mensajes de paz, solidaridad, esperanza y otras cuestiones microclimáticas comunitarias que sólo le sirven a Ismael Serrano. ¿Ven? Eso es pensamiento liberal. De nada.
Hace un año decía que «podemos entender qué situación atraviesa un país, una región, observando sus manifestaciones culturales». Qué capo que soy. Fumala, Sirvén. Hay que poner más cumbia en 678. Y no cumbia colombiana. Cumbia. ¡Rá-fa-gá! Dejamos que el menemismo nos robara a Ricky Maravilla, boló. Tristeza. Dejamos que mataran a Gilda: hijos de puta. A ver, para algo citaba esa oración de arriba... ¡Ah, sí, para parecer capo! Ya está. Yo soy, entonces, un liberal de la música. Quiero que una canción me hable a mí y sólo a mí. Me importa poco qué sentimientos o recuerdos moviliza en el otro. La quiero disfrutar yo y listo. Esa misma diferencia existe en política entre liberales y populistas. Que sirva para abrazarnos y querernos, lindo.
Sí, ya se. De nada. No, si es un gusto. Qué tonto que sos. No, dale, dejá. ¡Basta, loco!