viernes, 3 de diciembre de 2010

Cuento: Historia en un Café de la ruta

Hay muchas historias para contar pero pocas como ésta. Me la relataron un domingo a la mañana, en un bar sobre la ruta a las afueras de un pueblito polvoriento, adonde me senté a tomar un café.
Yo volvía desde Rosario. Había viajado para dar una charla sobre la labor que realizaba en una pequeña localidad al sur de Santiago del Estero en cuanto a involucrar a la comunidad en prevención primaria de enfermedades prevalentes. A pesar de mi deseo de llegar cuanto antes a casa para poder ver a River esa tarde, haciendo caso al cansancio del cuerpo decidí detenerme para recargar energías con un desayuno.
Mordía la primera tortilla cuando me sorprendió un señor canoso, flaco, con una barba de días y cara de haber visto mucho, que corría la silla frente a mí y se sentaba a mi mesa.
Lo miré perplejo. Me dijo no se asuste, amigo. Le quiero contar una historia, si puedo robarle cinco minutos de su tiempo.
Logré procesar la información, salir de mi extrañeza y asentir con un movimiento de cabeza.
Le agradezco, caballero –me dijo– y se presentó como Manuel Caseros para servirme a mí. Lo que voy a contarle tal vez le parezca sin importancia –continuó– pero a lo mejor le interese y, creyendo esto último, es que siempre que encuentro a alguien como usted, que no es del pueblo y tiene cara de buen “escuchador” –me dijo haciendo las comillas con sus manos– la cuento.
Caseros le hizo señas al mozo por un cortado, encendió una pipa que sacó de su saco y comenzó su relato:
–Hace muchos años, cuando todavía pasaba el tren y la gente trabajaba en el ferrocarril, éste era un pueblo pujante, laburador. Muchas familias jóvenes venían a vivir aquí con la esperanza de un futuro mejor para ellos y sus hijos. ¡Era de lindo, viera usted, ver a los chicos corriendo por la plaza! Daba gusto.
Yo nací acá y acá me quedé. Aquí tengo todo: mi familia, mis amigos, mis lugares. Pero no le quiero robar toda la mañana, don; vamos a la historia.
Resulta que hace una pilada de años se acercaban las elecciones para intendente y eran varios los candidatos. Gente de lo más educada y rufianes, que los hay y en todos lados. En ese momento no era como ahora y a una elección se le daba el valor que tiene. ¡Imagínese usted! Los momentos más importantes del pueblo eran las fiestas de fin de año, el carnaval y las elecciones, cuando tocaban.
Algunos candidatos recorrían las calles en camionetas y, adonde veían mucha gente reunida, paraban y discurseaban lindo. Otros imprimían volantes y los repartían. Uno puso un pasacalles con su nombre seguido de la palabra Intendente y pensó que sería suficiente. Cada cuál con sus ideas, ¿no? Casi que se trataba de remedar el folclore político de ciudades más grandes, porque acá nos conocemos todos, vea.
En fin, faltaba poco para la votación y a la gente de la radio local se le ocurre una idea: armar un debate entre todos los candidatos. Todos confirmaron su presencia gustosos.
El domingo siguiente, en la cancha de básquet del club local, que mire, queda acá a dos cuadras nomás, armaron un escenario y pusieron muchas sillas . A mediodía eso estaba lleno. ¡Pero lleno! Hasta los chicos habían ido... ¡A corretear y jugar, claro, no creerá que a escuchar a los candidatos!
Primero habló un amigo mío, candidato del radicalismo, que prometía y prometía. Que una escuela, un canal, que la plaza esto, que lo otro, ¡viera usted! –el viejo hizo una pausa y sonrió para sí–. Mire, me acuerdo que escuché a una señora, ¡como si hubiera sido ayer!, que le decía a otra por lo bajo: “¿Vio? Como todos los hombres: promete, promete, hasta que te la mete... una vez metido, nada prometido”. ¡Cómo me reí! –rememoró entre carcajadas llenas de humo–.
Luego subió el candidato que trabajaba en el sindicato de obreros de la construcción, recuerdo. Habló poco. Más que nada de mejorar las condiciones de sus representados. Fue muy aplaudido por sus compañeros. No faltó el bombo que acompañara esos aplausos.
Así pasaron dos candidatos más y todos recibieron sus aplausos y sus felicitaciones al bajar del escenario. Gente muy respetuosa era la de este pueblo. Ya son los menos.
Subió el último candidato –dijo, e hizo una pausa–. Se tomó un minuto para mirar cada una de las caras de los que esperaban su discurso. Caras de vecinos, de compañeros de trabajo, de conocidos, ¡en fin!, de tanta gente ahí.
Y luego habló.
Habló con el corazón abierto, vea. Habló con pasión y dijo su verdad. Esa verdad a la que honraba porque su padre le había enseñado que era preferible decirla aunque a veces causara dolor. Contó de sus planes y de lo poco que iba a hacer en comparación a lo que habían dicho sus rivales. Les explicó que no prometía escuelas, puentes y barrios porque no iba a poder realizarlos. Que iba a intentar hacer algunas pocas cosas como alumbrado, cloacas y agua potable para los barrios más humildes, pero que todo iba a llevar su tiempo.
Les dijo que él creía en prometer sólo lo posible.
Habló de levantar un par de aulas por año en la escuela. Habló de reparar los techos del Mercado de Abasto, de mantener las plazas y de darle una mano a la gente más necesitada.
Terminó diciendo, recuerdo las palabras textuales: “¡No es en un día en que se puede cambiar lo que lleva años realizar!”. Agradeció la presencia, la paciencia y esperó su aplauso, como los anteriores oradores.
Nadie lo aplaudió, ¿sabe? ¡Nadie! Creo que hasta los chicos dejaron de corretear y miraron hacia el escenario, extrañados de que no se escuchara ningún aplauso ni gritos de viva al callarse quien hablaba por el micrófono.
El candidato no supo que hacer. ¡Se quedó como estatua ahí parado, pobre! No sabía si seguir hablando para buscar algunos aplausos, si levantar las manos para arengar al público; en fin, tartamudeó un gracias más, se bajó y se sentó al lado de sus contrincantes. Su amigo, el candidato radical, lo palmeó en la espalda.

Luego de pagar por el café y despedirme de este hombre subí a mi auto y tomé nuevamente la ruta.
Recién al salir del pueblo y mirar el paisaje de campos que se extendían hasta el horizonte retumbaron en mi cabeza las últimas palabras de Manuel Caseros:
–¡En esas elecciones no saqué ni un voto! ¡Ni uno! ¿Puede creerlo? ¡Debe ser un caso único en el mundo! –decía y se reía–. Mi familia me había adelantado que no votarían por mí así podría saber cuánta gente me apoyaba en verdad. Yo, por pudor, no pude votar por mí mismo y voté a mi amigo, el radical. ¡Cero voto saqué en esa! ¿Puede creerlo? –repitió–. Es el día de hoy que no puedo creerlo todavía.

Luego me contó que en las elecciones siguientes prometió hasta un estadio de fútbol y ganó.

* Escrito el 17 de junio de 2009

26 pusieron huevos y comentaron:

Sujeto dijo...

Yo lo votaría de cabeza, y sé que vos también, Ricardo.
Enorme Abrazo a cambio de una enormemente mínima historia...

Jazz dijo...

Cuanta verdad hay en ese relato.
Yo también lo hubiera votado.

Daniela Godoy dijo...

Hermosa historia, dice mucho de cómo somos.
En mi caso, lo hubiera votado la primera vez...

Abel dijo...

Excelente cuento!
Cuando uno empieza a leer un relato y empieza a sentirse atrapado por trama, la manera de contarlo, por el clima creado, o lo que fuera, el relato ya es bueno. En éste caso, no sólo el escritor logró cautivar al lector, sino que también lo coronó brillantemente. Felicitaciones Ricardo!

Saludos

Abel

Anónimo dijo...

Ricardo muy bueno el relato, quizás
habra muchos Caseros en otros sitios
y les pasa lo mismo, lástima que en
política se gana con mentiras.
El que menos ofrece es el mejor
candidato, ya que le sobra tiempo
para realizar más obras.

UN abrazo.

HUINCA dijo...

Buenísimo Ricardo

Yo lo voto,
¿por los otros?
No
todos son como Cobos
chotos

¡Perdón, es la hora!
Me voy a dormir
Abrazo amigo
Rick

Javier dijo...

Es que si al realismo no se le suma una pequeña cuota de sueños , de utopias , la verdad es que no entusiasma a la sociedad .

Un abrazo

Ricardo dijo...

Muchas gracias a todos. Por el tiempo y por sus palabras. Son una caricia para mis pretensiones literarias, je.

Claro que yo también lo hubiera votado. O quizás sería uno de los críos que andaba corriendo y al que la falta de aplausos y los hechos posteriores le dejaron una marca. Quién sabe, ¿no?

Un abrazo grande Sujeto, Jazz, Daniela, Abel, Roberto, Rick.

Ricardo dijo...

Es verdad, Javier. A la ecuación siempre hay que sumarle esperanza, sueños.

Abrazo y gracias, viejo.

Daniel dijo...

"Luego me contó que en las elecciones siguientes prometió hasta un estadio de fútbol y ganó".

Epaaa, pero al final hizo la de todos y por demás... mmm.

Ricardo dijo...

¿Y quién dijo que no construyó el estadio? ;)

Daniel dijo...

Qué grande, el hombre!

Viste Ricardo, con tal de criticarla a la gordita simpática de Biblita ya la jodo con los tiempos verbales. Ahí lo borré antes que me querellen los "lilitos"!

rinconete dijo...

Justamente...¿quién dijo que no construyó el estadio?

Excelente.

Un abrazo,
r.

Ricardo dijo...

Unfor: pero lo hubieras dejado. Te denuncia Monner Sans y después podés victimizarte a lo pavote en lo de Majul o Leuco. ;)

Gracias, rinconete.

Abrazos.

MiTucuman dijo...

¡Qué lindo Ricardo! Gracias. Te pregunto algo... ¿la historia explica el porque los políticos hacen cosas que no terminamos de entender, eso de que no pueden darse el lujo de ser puristas?

Ricardo dijo...

Puede que sí.
Porque, ¿quién puede darse el lujo de decir que es puro? Yo, nomás.

Udi dijo...

¡Qué bien contado!
Abrazo !

Jorge Mux dijo...

Excelente.

Ricardo dijo...

Udi, Jorge: muchas gracias.

Abrazos.

Tango D. dijo...

felicitaciones. Excelente relato una vez más. Gandes verdades en pequeñas hustorias. Maravilloso.

Unknown dijo...

groso compañero, muy groso, auqneu llego tarde, felicitaciones

Ricardo dijo...

Gracias, Tango, Manuel.

Abrazos.

Almita dijo...

No llego tarde, llego tardísimo.
El relato es literariamente muy bueno, y su sustancia, la trasmitís impecablemente.
Ser ladino a la hora de lograr ciertas cosas, no es de jodido, sino de buena persona, aunque suene raro.
Porque hay casos donde uno tiene que proteger a aquel que no puede protegerse ni de sí mismo.
Cosa que le sucede a mucho habitante hoy por hoy. No cuentan con las herramientas mínimas para pensar su existencia. Y no porque sean o pobres o ricos, o letrados o analfabetos, sino porque son analfabetos existenciales, que es otra cosa.
¿Acaso quien se llena la cabeza de Clarín y tv basura eligió hacerlo? yo creo que no, que la vida lo fue llevando, y o no quiso o pudo aprender, o nadie lo guió. O tuvo pereza de ponerse a entender qué es la vida y prefirió emplear ese tiempo en hacer la claringrilla.

Si te tengo que prometer el estadio de fútbol para así poder llegar a darte el colegio que necesitan tus hijos, es válido.

Hoy, no todos somos iguales, en el sentido de pensar, de elaborar la existencia. Negar eso es negar lo evidente. Y el que puede pensar un poco más, tiene el deber moral de ayudar a quien no piensa tanto.

Abrazo Ricardo, siempre tan desde las tripas tus posteos. Se agradecen

Ricardo dijo...

Almita: gracias, primero, por tomarte el tiempo de leerlo.

Segundo, sí, puede que sea así. Las circunstancias de la vida a veces te llevan. En los blogs por ahí se leen diatribas contra los que sólo ven a Tinelli o Susana, pero ¿qué podemos pretender -suponete- de alguien que labura todo el día y llega a la noche pensando sólo en entretenerse un rato con la tele antes de dormir?

Informarse es un laburo. Que demanda tiempo.

Coincido con todo lo que decís y sí, era la idea del cuentito: que a veces es necesario apelar a los sueños para transformar realidades.

Un abrazo.

Almita dijo...

Ricardo, fue un gusto leerlo.
Vos decís "quien labura todo el día...etc.".
Cuando yo era chica, mis viejos (ambos) leían el diario. Tenían solo la primaria.
Y muchos vecinos recibían al menos el diario local y lo leían. ¿Recordás que la gente envolvía la basura con el diario, haciendo un paquetito? ok, la mayoría leía un diario. La bolsita no existía.
Una mujer de barrio, ama de casa, de 50 años en los años 60, 70, leía el diario. Tenía una cosmovisión amplia. No entendería demasiado cuestiones de fondo, pero era una persona informada, y de algún modo, era una alfabeta cultural. Recordá que la gente se expresaba mejor, con un vocabulario más amplio que el actual, escribía sin errores de ortografía (cosa que era vergonzosa), sabía quien era el presidente de Italia, ponele. O dónde había una guerra.
En la tv, ser miraban programas de entretenimiento, de política, documentales, alguna película, pocas series.
Quieras que no, esas personas tenían un criterio mucho más amplio que el que tiene el ciudadano promedio actual.
Hoy encontrar una persona informada con cosmovisión, es una rareza. Saben muchísimo de chismes de VIPs, algo de política local o actualidad que ya viene teñido, no leen casi ningún libro y ven tv en todos lados, la tv que les mandan: desastre, muerte, miseria, o éxito, éxito, éxito, fama y fortuna.
Sea por la base material, o sea por opción individual, sea porque trabajan a lo bestia y no quieren ni oír de quilombos, o sea porque prefieren usar el tiempo en "lavarse la cabeza", esa es la realidad de la mayoría.
Si así no fuera, no habría los ratings que hay.
Hoy coexisten ciudadanos, habitantes y gente. Unos tienen conciencia cívica, otros al menos comprenden que estamos todos en el mismo barco, y otros "viven".
Si la dirigencia política no entiende eso, la está pifiando fulero.
Un abrazo y gracias por responderme.

Ricardo dijo...

Es buena la caracterización que hacés de ciudadanos, habitantes y gente. Aunque suene a "fitopaecismo", es un poco el arco que va desde el liberalismo hasta una posición más de izquierda.

En estos casos siempre cito a Ignacio Ramonet y Chomsky, que explican cómo la información tapa a la información. La basura a la importante, claro.

El ritmo de vida en los '50 era menos vertiginoso que el actual. Pipo Mancera no ocupaba todo el espectro televisivo como Tinelli ahora. La sociedad mediatizada está inmediatizada (podría decir el Rabino si fuera nac&pop, je).
Además eran otros los aires, que ahora se están recuperando un poco, ¿no?

Abrazo grande.