No resulta arriesgado afirmar que pocos negocios podrían resultar menos rentables en términos de poder, para el campo popular, que una fractura del peronismo existente; camino que lo devolvería no a 2003, cuando tres fracciones intentaron hacerse del liderazgo: la populista puntana (acompañada por el moyanismo), la desarrollista duhalde-kirchnerista (junto a buena parte del peronismo territorial bonaerense) y la liberal menemista. No, en las actuales condiciones, una escisión del sector conservador, fomentado o festejado por el ala dura kirchnerista, significaría regresar a tiempos de Menem vs. Duhalde, en un esquema invertido, pero que podría tener un desenlace similar: entregarle la banda a un Presidente no peronista, con las implicancias que eso conlleva.
Desde hace ya algún tiempo, sectores del establishment, rendidos ante la evidencia que la gobernabilidad en nuestro país se asienta en un sistema de partido hegemónico, propugnan por esterilizar al peronismo de la anomalía kirchnerista, considerado un retrovirus que debilita, a veces con prisa y a veces con pausa, las defensas de actores concentrados de la economía y el poder. Al mismo tiempo, representantes del ala dura kirchnerista (halcones K, podríamos decir), se manifiestan a favor de “purificar" (amable lector, note las comillas) al kirchnerismo, tarea que se vería coronada con la concreción de aquel sueño dianacontista de una Cristina eterna. Sueño que fue también el de Perón y Menem, valga el paralelismo: son -somos- todos peronistas.
Dentro del incipiente sciolismo también se expresan halcones, en favor de una ruptura, cuanto más temprana mejor, con el condicionante kirchnerismo. Según Ignacio Fidanza [1], este sector ya se habría impuesto, siendo De Narváez la punta de lanza elegida de la estrategia rupturista para las legislativas del presente año. Si Fidanza hubiera dicho Karina Rabollini, o aún Pepe Scioli, podríamos considerar que se trataría de un divorcio con reparto de bienes conforme a legislación. Apoyar por abajo a De Narváez, en cambio, podría ser una traición, una chicana, pero no un punto de no retorno. A menos, claro, que el otro actor, el oficialismo nacional, así quisiera entenderlo. Sería, además -que Scioli apoyara explícitamente a De Narváez, decimos ahora- un grave error político: el ex Casa Tía se derrotó sólo luego de triunfar en 2009 y fue luego ampliamente derrotado por el mismo Scioli en 2011. No sería acompañar al muerto hasta la puerta del cementerio, sino, directamente, entrar para desenterrarlo con el propósito de regresarlo a la vida. Aunque los zombies estén de moda, se trataría de un accionar tan ajeno a la tradición peronista como inútil sería intentar una vindicación de Agapornis. Sería, también, algo ajeno a la tradición sciolista, cuando el mayor activo político del gobernador bonaerense es su moderación y, por lo tanto, el desarrollo de su carrera percibido como natural por el electorado (y tal es el propósito de Scioli, en esto coincido con Abel Fernández [2]) sería el de una candidatura que aglutine a todo lo que ampliamente se define como peronismo. Como decíamos hace tiempo [3], Scioli sólo puede ser un candidato catch all, si quiere seguir siendo Scioli. Aquello de la continuidad con cambios: continuidad porque no existe horizonte de crisis que haga imprescindible un salto de fe, y cambios porque los tiempos históricos nunca son infinitos (y suele ganar quien mejor los interpreta). Entonces, una suerte de alvearización del kirchnerismo [4].
El kirchnerismo tampoco ganaría al expulsar a Scioli del universo K. No sólo acotaría su desenvolvimiento electoral (si eso es o no significativo no es motivo de este post, fanáticos de la encuestología), sino que estaría entregando una porción importante de capital simbólico peronista a cambio de una pureza ideológica de vieja izquierda. Una victoria pírrica, por definición, se parece más a una derrota que a un triunfo. Sería, además, entregarle a Scioli la Jefatura de la Oposición, algo cómodo cuando de alguien como Carrió se trata, pero mucho menos si ésta la ejerce un peronista (hay que recordar, de todas maneras, que el kirchnerismo es pródigo en entregar regalos a sus contrincantes). Finalmente, y a propósito de unas recientes reflexiones [5], el capitalismo impone límites que, para ser quebrados con el objeto de apuntar hacia la justicia social, hacen necesario el ejercicio de la imaginación pero, también, de una gran acumulación de poder con vocación transformadora, algo que engloba, necesariamente, a muchos y disímiles sectores y actores.
[1] http://lapoliticaonline.com/noticias/val/89581-6/scioli-ya-rompio-y-su-candidato-es-de-narvaez.html
[2] https://abelfer.wordpress.com/2013/03/28/scioli-la-esfinge-sin-secreto/
[3] http://omixmoron.blogspot.com.ar/2012/08/deciamos-acerca-de-daniel-scioli-hace.html
[4] http://loshuevosylasideas.blogspot.com.ar/2011/10/el-equilibrio-seria-la-alvearizacion.html
[5] http://loshuevosylasideas.blogspot.com.ar/2013/03/en-economia-no-se-trata-del-relato.html