Recientemente Abel Fernández dedicó tiempo y espacio a debatir las chances del espacio electoral representado (más cabalmente) por el líder del PRO. También @CayetanoAsís, a quien citamos: “…Aquí no queda lugar para ningún Sarkozy. Ni Merkel ni Uribe. Ni siquiera para un Rajoy. La derrota de la derecha es semántica e ideológica. Sobre todo es cultural…”. En parte acordamos y en parte no: hay espacio; pero tiene además un techo que le impide acceder fácilmente a las palancas del PEN. Observemos las elecciones post colapso de la Convertibilidad + Consenso de Washington. En 2003, López Murphy 16% y podríamos debatir cuánto del 25% de Menem fue centroderecha y cuánto peronismo, estabilidad y gobernabilidad (sus guarismos se cimentaron con preponderancia en las provincias del NOA y NEA). En 2007, fue Carrió quien cargó la cruz de representar lo otro del kirchnerismo. ¿Cuánto de su 23% puede atribuirse al ideario de centroderecha si en su enunciación no figuraban privatizaciones o apertura comercial? 2011 fue muy raro, pero en la elección general Duhalde recabó un 5%, habiendo tributado más de la mitad de sus votos PASO en la candidatura de Hermes Binner (17%), quien aglutinó luego de las primarias voto en los barrios porteños adonde el PRO fue más fuerte el pasado domingo. Alfonsín, junto a De Narváez en PBA, sumó un 11%. Como podemos inferir, la centroderecha no presentó un candidato claro desde López Murphy hasta hoy, con Mauricio Macri.
Existen razones del orden estructural, por supuesto, tanto político como económico. Respecto al primero, fue recién a partir de la carnicería perpetrada por la última dictadura militar que nuestra oligarquía aceptó que debía jugar dentro de las reglas que imponía la democracia. Primero Alsogaray y luego el menemismo con una curiosa conjunción de clases para solventar su experiencia en el PEN, pero a partir de la crisis de 2001 solo quedó en pie el peronismo, y volcado hacia posiciones de centroizquierda, nacional y populares. La decapitación del radicalismo, que podía expresar a los sectores antiperonistas y más cercanos al ideario liberal económico, se expresó en candidaturas como la de Leopoldo Moreau en 2003, Lavagna en 2007 y, en la actualidad, como soporte territorial de la aventura presidencial de Macri. No fueron pocos los intentos por resucitar algo parecido al menemismo dentro del peronismo, como lo atestiguan las experiencias en provincia de Buenos Aires de UniónPRO en 2009 y Sergio Massa en 2013. Debemos señalar que esta imposibilidad es tributaria también de que el kirchnerismo no haya chocado el barco, siguiendo a Naomi Klein y la teoría del shock que tantos frutos le rinde a Alemania en la Unión Europea. En el orden económico también nos asisten razones estructurales. Las desarrollábamos en este posteo acerca de los límites para el liberalismo, en 2014: “…Pueden liberalizar y pensar que así les irá bien países que estén transitando una cierta hoja de ruta y que no posean aún una estructura productiva relativamente asentada (lo que no significa suficiente o eficiente, sino establecida). El caso de nuestro país durante los años '90, cuando se destruyó el Estado en base al rapiñaje de las empresas públicas y se crearon oportunidades en el área de servicios. Ni aún los más liberales en la AEA pretenden ahora la completa desregulación porque les propondría competencias externas imposibles de empardar. Preguntar por China a nuestro empresariado prebendario estatal. No, quieren liberalización hasta ahí, para aprovechar aún más posiciones dominantes…”.
El liberalismo-liberal, corriente en oposición dentro del espectro al conservadurismo liberal, no posee en nuestro país (o el mundo) un partido que la exprese, mucho menos un candidato que pueda impulsar esas posiciones, cuando nuestra sociedad presenta raíces distintas a las protestantes norteamericanas, más permeable a ideas como las de Ayn Rand. Latinoamérica y particularmente la Argentina son reductos del estatismo como freno al capitalismo de mercado desregulado (certificado esto por la Universidad de Vanderbilt y sus LAPOP bianuales). El giro discursivo de Mauricio Macri obedece a que "...ocho de cada diez argentinos creen que el Estado debe ser el principal responsable de asegurar el bienestar de la gente...". Entonces, si no podemos ofrecer la mano invisible del mercado, ofrezcamos lo más parecido: la ilusión de que el empresariado es capaz de gestionar mejor lo estatal. La respuesta del oficialismo es simple: Aerolíneas o los fondos de pensión no estaban mejor gestionados por los privados.