Los que no crecimos en una familia peronista -y más aún quienes crecieron en hogares decididamente gorilas- hemos escuchado, de chicos, historias oscuras acerca del peronismo y Perón. Son de público conocimiento, no debería hacer falta mencionarlas. La razón de esas leyendas nos permite afirmar que el peronismo ha sido el único movimiento político que en este país le ha discutido el Poder a las elites. Tan así fue (y es) que, luego de derrocada la Segunda Tiranía, fue prohibido. Perón, el Movimiento y hasta ser peronista. Mediante el Decreto-Ley 4161. Las elites, con las Fuerzas Armadas como punta de lanza, quisieron clausurar por decreto algo que en poco tiempo había llegado a conformar una identidad, tanto hacia adentro del propio movimiento como hacia afuera. El peronismo es un hito en nuestra historia y, sin comprenderlo -por difícil de aprehender que sea-, no es posible entender a nuestro país. Para aquellos que todavía creen que no existe algo así como la colonización de las conciencias -¿todavia alguien duda de ello? ¿Todavía alguien cree que es sólo él y no sus circunstancias, su contexto histórico?- vamos a citar extractos de una perlita encontrada en una revista Selecciones del Reader's Digest, órgano de propaganda del American Way of Life. Es de 1956, a menos de un año de la Revolución Fusiladora (Libertadora). Se la dedicamos, cariñosamente, a los que todavía sostienen que la prensa es "independiente" y no "militante" y contiene todas y cada una de esas historias difamatorias que por años se contaron del peronismo (con comentarios en negritas):
Lo que le costó Perón a la Argentina
Por Michael Scully
El 17 de octubre de 1955 fue el Día de la Desilusión para Buenos Aires. Juan perón había jugado su última carta, había capitulado ante un ejército y una marina rebeldes y huido a refugiarse bajo la bandera de Paraguay. Su causa estaba perdida (...)
(...) Días después, el nuevo gobierno argentino abría las puertas de la imponente mansión presidencial en Palermo e invitaba al pueblo a que viera cómo había vivido el dictador más asombroso
[dictador, asombroso] que registra la historia moderna de la América Latina. Más de 40.000 personas comenzaron a desfilar diariamente
[a razón de 55 personas por minuto en una jornada de 12 horas] por esa extraña exposición de los bienes personales, cuidadosamente identificados, de Juan Perón y su difunta esposa Evita, quien se había llamado a sí misma «la hermana de los descamisados»
[y Perón «el cuñado de los descorbatados»]. En aposento tras aposento
[!] se hallaban cajas repletas de brillantes joyas; valiosas esculturas y pinturas, incluyendo inestimables obras maestras
[Patoruzitos, Billikens, etc.] y una colección de figuras de marfil, quizás la mejor del mundo
[morite de la envidia, Elizabeth II]. Podía también verse un teléfono de oro cuyo timbre nunca sonaba: en cambio un ruiseñor de oro a su lado trinaba dulcemente las llamadas
[y defecaba pepitas de oro]. En un enorme globo terrestre de oro bruñido, los continentes estaban perfilados con pequeñas joyas y las capitales marcadas con impresionantes piedras preciosas
[excepto Washington y Moscú, claro].
El guardarropa de Eva Perón era el sueño de una estrella cinematográfica hecho realidad: abrigos de pieles para todas las ocasiones y enormes hileras de vestidos traídos por avión de París, a un costo de 40.000 dólares al año. En el de Juan Perón se encontraban 400 trajes, 200 pares de zapatos y otros artículos en la misma proporción
[¿cómo? ¿Y carteras de París no tenían estos montoneros resentidos, ateos, marxistas y grasas? ¡Conchudos!]. Las paredes estaban adornadas con grandes fotografías de cuatro casas de campo y varias residencias en la capital
[todavía no estaba de moda El Calafate, por eso...] adquiridas por Perón durante su presidencia. En los garages había 16 modernos automóviles, desde Rolls-Royces hasta modelos de sport
[¡y la Pochoneta!]. Los bienes de Perón fueron avaluados en veinte millones de dólares
[y no por el Indec].
Ante todo eso, los ciudadanos de medios modestos que habían puesto su fe en la jovial sonrisa
[cínico] y en las halagüeñas promesas de Perón se alejaron de la mansión de Palermo con el ceño fruncido. Es cierto que Perón había aumentado los salarios una y otra vez pero los precios habían subido aún más alto
[la inflación] y «el pueblo estaba comiendo menos.»
[la guita se iba por la canaleta del póker y la gomina para el pelo... ¡El póker y la gomina para el pelo!] El suelo del presidente no había variado de los 8.000 pesos mensuales (1.600 dólares cuando subió al poder en 1946; últimamente sólo $381
[culpa de la inflación]). Sin embargo, había amasado riquezas como un sibarita
[y hoteles en El Calaf... ah, no, cierto que no estaba de moda]. Indudablemente a alguien le habían tomado el pelo, y parecía que
ese alguien era el pueblo
[menos mal que aclara]: los trabajadores. Un ofuscado chofer de autobús reaccionó en tres palabras: «¡Qué bruto soy!»
[lo que el cronista no escuchó fueron las siguientes palabras del chofer: «creo que a partir de ahora voy a bancar a la oligarquía y a esos buenos señores de la Sociedad Rural»].
Las primeras cifras de las cuantiosas pérdidas económicas sufridas por la Argentina durante el gobierno de Perón no produjeron tal impacto en la mente de la población
[¡qué brutos son!]. El análisis financiero hecho por Raúl Prebisch (...) demostró que el gobierno había sido despojado de por lo menos tres mil millones de dólares, mediante manipulaciones de divisas, uso ilegal de permisos de importación, sobornos para obtención de contratos
[la corrupción] y malversación de fondos en organizaciones políticas
[¡La Yrigoyen!], obreras y seudofilantrópicas
[?] (...)
Las pruebas, casi increíbles, que se van acumulando demuestran que el pueblo argentino, desde el obrero hasta el terrateniente
[y sus pobres niños ricos que tienen tristeza en el corazón], fue víctima de la estafa más monstruosa
[La fiesta del Monstruo] que registra la historia de América Latina y sólo una parte de su costo puede explicarse en dinero
[porque cuando se te subleva la chusma...].
Juan Perón jugó al azar la mejor oportunidad que ha tenido la Argentina de convertirse en un gran país
[¿no aprovechó el viento de cola?]; su patrimonio cultural, su prestigio político
[tenía un prestigio bárbaro en "el mundo" el Fraude Patriótico], su fibra moral y su orgullo nacional. El pueblo necesitará ahora varios años de dura tarea y gobernantes consagrados a la nación para recuperar lo perdido
[hay que pasar el invierno...].
La Argentina es un país predestinado
[¿Lilita, sos vos?] a la grandeza
[¡ah, no! ¡Cabezón!]. Su territorio es cinco veces mayor que el de Francia; sus fabulosas pampas son la fuente productora de carne y grano más rica del mundo
[¡y seguimos sin aprovecharla! ¡Renuncien Montoneros!]. Sus recursos naturales
[¿Pino, sos vos?] sobrepasan a los de muchos países prósperos. Tiene sólo 19 millones de habitantes, enérgicos y capaces, de origen español, mezclados con italianos, alemanes, ingleses, y de otros países europeos
[ja, ya reventamos a esos indios maloneros] (...) Además, tiene una vigorosa tradición democrática que se remonta a casi un siglo de antigüedad
[nah, eso de los unitarios y federales, eso del fraude y los golpes militares son una pavadita de nada...].
¿Cómo es posible que una nación así cayera víctima de la avaricia de un sólo hombre?
[¿Se refiere a Magnett...? Ah, no, dejá].
Para hallar la respuesta hay que estudiar las circunstancias, comenzando por la carrera del propio Perón. En calidad de joven oficial del ejército argentino fue agregado como observador da las fuerzas de Mussolini a principios de la Segunda Guerra Mundial, y regresó a su país convencido del inevitable triunfo de las fuerzas del Eje
[¡fascista!] y de la victoria mundial del totalitarismo
[¡totalitarista! (?)] (...)
Hasta acá llegamos por hoy. De otra manera se hace largo. Qué interesantes los paralelos que podemos trazar, ¿no? Continuará...