En Brasil, en cambio, comenzó una nueva carrera. No se trata de una maratón, ciertamente, sino de un sprint de 100 metros al que Dilma llega cansada para enfrentar a una candidata de piernas frescas. No es casualidad que un intelectual brasileño como Emir Sader haya tomado las armas de la 2.0: "Votar na Marina e' entregar o Brasil pros EUA", "Votar na Marina e' entregar o pais pro Itau. (Requiao)", lanzó en Twitter, demostrando su preocupación. También Dilma, quien en referencia al desafío que representa Silva para el PT y su adversario "natural", el PSDB de Aécio Neves, deslizó que quien pretenda "gobernar sin los partidos políticos coquetea con el autoritarismo". ¿Podemos encontrar allí otro link al escenario argentino hacia 2015?
La evolución de los guarismos brasileños nos muestra que en noviembre/2013 Dilma vencía en primera vuelta con el 47% frente a Neves (19%) y Campos (11%). En julio de este año Dilma (36%) debía enfrentar ya una segunda vuelta contra Neves (20%) mientras Campos descendía a un 8%. Luego de la muerte de Campos, el 18 de agosto –y cuando aún no había sido seleccionada en su reemplazo–, Silva se colocaba ya segunda (21%) detrás de Dilma, todavía con 36% y por delante de Neves (20%). Como señala Renato Meirelles, de Data Popular, el crecimiento de la ex ministra de Medio Ambiente de Lula se da entonces a partir de quienes antes anularían el voto o se encontraban engordando el ítem Indecisos: "Dilma tiene el electorado de la clase D y E, no tendría clases A y B, y decidió dar prioridad a la clase C. El de Aecio es lo contrario: él tiene el voto de la clase A y B, no tendría el D y E y prioriza clase C. Marina no tiene este voto de clase C. Cuenta con el voto de la clase media enojada, joven y educada, que votaría nulo hasta entonces, tiene el más básico, evangélico, los menos educados, y no tiene el voto de la clase C. Y puede que no lo necesite. ¿Qué ocurrió ahora? (Silva) creció sin tomar el voto de nadie: captura el nulo e indeciso. Ella creció porque no había perspectiva política. ¿Cuál es el nuevo componente? Era una campaña sin emoción. No había candidatos que se movilizaran, que apasionaran...". Nuevamente, una pregunta para finalizar el párrafo: ¿se relaciona esto con lo que ocurre en nuestro país?
Intentemos ahora responder las preguntas planteadas en relación a la Argentina: la primera se relaciona con la del título y con algo que venimos sosteniendo desde las pasadas legislativas. Flota un cierto tufillo a cansancio con el sistema político imperante. No es descabellado: gobierna desde 2003 y puede remontarse a 2002. ¿Abre eso las posibilidades del radicalismo/socialismo santafesino? Sí, aún a pesar del recuerdo de la Alianza. Pero explica más y mejor los números encuestológicos de Mauricio Macri y Sergio Massa, premiado electoralmente en 2013 por esa ruptura con el sistema de poder peronista/kirchnerista (aunque fuera sólo en apariencia). La posibilidad más que cierta de un ballotage, por primera vez en nuestra historia, no puede sino ser sintomático. Marina Silva, como Massa en nuestro país, representa también algo parecido a una cuña del propio palo y –como explica Mereilles en el artículo antes linkeado– plantea una dificultad al PT para rebatir su candidatura: formó parte del gobierno pero aún así es una figura nueva, con la consecuente carga de esperanza que ello incorpora a la ecuación. Intenta además desbordar los límites de lo estrictamente partidario. En su propuesta de mayor participación de los movimientos sociales y lo generado alrededor de las nuevas tecnologías (¿las protestas brasileñas por servicios públicos al modo de nuestros cacerolazos?) hay algo del plebeyismo al que apeló Massa cuando se propuso un proyecto para un nuevo Código Penal.
Lo acotado del tiempo electoral de cara a la primera vuelta beneficia a Silva, quien se monta también en la empatía despertada por el trágico accidente de Campos. Apelar a un sprint electoral antes que a una carrera de fondo formó también parte de la estrategia de Massa en las pasadas legislativas. Será una ventaja con la que no contará en 2015, y las encuestas que lo muestran amesetado –y sus declaraciones de oportunismo intentando fijar agenda– evidencian que aquella ventaja ya no es tal.
En Brasil nada está sentenciado aún, pero los brasileños tienen un compromiso con las urnas en poco más de un mes mientras que Argentina tiene todavía un año (y un verano) por recorrer. Luego de dos periodos consecutivos de Lula y uno de Dilma (aún cuando el intervencionismo estatal brasileño no intentara la profundidad del que aquí implementaron Néstor y Cristina Kirchner), los números de Marina Silva parecen indicar que en la ecuación continuidad/ruptura los brasileños estarían privilegiando esta última. El escenario económico –como aquí– del integrante latinoamericano de los BRICS parece también disponer las fichas en tal sentido. La propuesta de Marina Silva ("la situación de las finanzas públicas y la rigidez del presupuesto tornan imperativo que dejamos a un lado la arrogancia y el dirigismo para crear las condiciones necesarias para atraer al capital privado") tampoco suena disonante respecto a la de los principales contendientes argentinos a la presidencia, aún de quien se perfila como el más probable candidato del oficialismo, Daniel Scioli,
No hace mucho, Maduro, en Venezuela, fue capaz de sortear el desafío electoral de Capriles y la MUD. En Colombia, recientemente, Santos sufrió más de la cuenta para evitar un retorno del uribismo. En octubre (y noviembre) será el turno de Dilma. Una derrota del PT, antes que el triunfo mismo de Marina Silva, podría tener consecuencias más que importantes para el subcontinente. Y en 2015 será el turno de nuestro país.