Quebremos, para empezar, un presupuesto germinal de la derrota del FpV-PJ en 2015: “tenemos razón y por eso vamos a ganar", pensar que la pura prepotencia de la realidad sería suficiente. Pasó Durán Barba, reactualizó el mantra lisérgico flower power de los '60, gritó canchero en su tonada cantarina “la realidad es lo que percibimos como real" y Mauricio Macri bailó donde nunca había tirado pasos. Sólo así podemos explicar un gobierno que en los datos duros es clasista combativo de derecha (bancos, multis, agro, mineras) y en las redes sociales —nucleares de su voto— se abraza con un vendedor ambulante de tortillas al rescoldo, sufre la discriminación del Papa y se preocupa —¡oh!— por generar empleo. Ahora sigamos; o empecemos.
La de 2017 es una elección nacional sólo para Mauricio Macri. Es, en cambio, una sumatoria de elecciones locales para el peronismo y, para el resto de la oposición, una oportunidad para incrementar las tajadas que puedan recibir luego.
¿Qué implica 2017 para Macri? Casi todo: arribó al PEN con un Congreso desfavorable pero, más importante aún, es el examen que debe rendir frente a sus sponsors y posibles financistas offshore —entiéndase “financistas más allá de nuestras costas", ¿por qué deben ser siempre mal pensados?—. Es la sustentabilidad política en el tiempo la que daría “confianza" a los que harían “llover inversiones" —léase capitales de riesgo/golondrina— y no las “reglas claras de juego" que descuentan para un gobierno como el de Cambiemos, de restauración conservadora o, mirando ahora la región, pos-populista. Un Congreso más favorable le permitiría, además, hacer el ajuste fino del ajustazo a brocha gruesa con el que pinta de amarillo la Patria. ¿Cómo? Castigando más al interior (con el imaginario de provincias inviables siempre al alcance de la mano) que al polvorín de la PBA, posibilitando el rescate de una María Eugenia Vidal que podría arrastrar al fango a la administración nacional, amén de ser una de las cartas sucesorias. Esto no podría realizarse sin una reconfiguración de las fuerzas parlamentarias.
Si para el peronismo no hay 2019 sin 2017 (cómo robaron con eso en 2013), para Mauricio Macri no hay gobierno sin 2017. En términos históricos, las elecciones del próximo año, ¿serán 1993 o 1997? En el peor de los casos pueden ser las legislativas del voto Clemente/feta de salame, octubre de 2001, pero para eso sería necesario que Mauricio continuara siendo Macri con más ajuste y nuevos tarifazo y devaluación.
¿El peronismo debe ganar en 2017 para aspirar a 2019? No necesariamente, y Macri2015 lo prueba. Como vertebrador de la oposición real y posible al oficialismo, el PJ-FpV no sufre las urgencias de Cambiemos y goza de más tiempo; pero adolece algunas taras que el gobierno no padecerá. En primer lugar, es oposición y cuenta con menores recursos. En segundo término, carece de un liderazgo aglutinador que pretenda delinear una estrategia pero, además, que pueda luego capitalizar nacionalmente un triunfo. Tercero, las “empresas a las que les interesa el país" y financian campañas tienen más interés en el país de Macri que en uno peronista. Finalmente, la minoría intensa opositora no debería descontar un estallido como bala de plata frente al macrismo: aquí creemos que no se producirá por múltiples razones. La situación elástica que dejó en la macro y microeconomía el gobierno de Cristina como una de las principales. Tanto es así que el oficialismo mete mano —¡oh, un Estado interventor!—, deteriora todos los indicadores económico/sociales y aún así no debe sufrir un paro general.
Si enfocamos los actores con mayor protagonismo y proyección del peronismo, veremos que la realidad descrita fundamenta algunos movimientos: el del PJ-PBA respaldando a Scioli pese a la derrota, pero reuniéndose también con Cristina; el pacto de Urtubey con su predecesor Romero, única chance de conseguir un triunfo plebiscitario en Salta que nacionalice su figura; Capitanich, desde la intendencia de Resistencia —con aguante—, notoriamente desdibujado desde el desembarco de Cristina en Comodoro Py. Massa (y Urtubey) proponiéndose al empresariado como pos-macristas que podrían hacer lo que a Mauricio y Cambiemos, por limitaciones de estructura y concepción política, se le complica.
Mientras, el macrismo incrementa el gap entre realidad y relato mucho más allá de lo que el kirchnerismo intentó. ¿Eso debería alcanzar para que el electorado castigue a Cambiemos en las próximas elecciones? Ni soñando. Pero será el imperio de lo fáctico lo que sustentará las chances de esta coalición pro mercado en la que el Mercado, aún, no confía para cabalgar el país contencioso, estatista y nebulosamente peronista. El macrismo deberá encontrar un relato que encauce el tránsito que propone a ese “segundo semestre" que no llega porque con el.antikirchnerismo no le alcanzará. El peronismo, por otro lado, podrá surfear en los reclamos laborales y sociales, pero deberá esperar a 2019 para aglutinarse en torno a una figura o dos, representando a los intereses sociales en pugna con el capitalismo salvaje macrista. Entre tanto, continuará braceando en el río revuelto post ballotage, avistando siempre el peligro de los carteles que en la costa señalan “Esto no es Normandía. No desembarque para golpear a Macri". No mencionamos al Führer solo para evitar la Ley de Godwin, claro, aunque Goebbels envidiaría el aparato comunicacional del oficialismo y piensa que Durán Barba es un tipo espectacular.
Como toda legislativa, las elecciones de 2017 dirán más del oficialismo que de la oposición. Pero a pesar de que el “segundo semestre" no llegará para traccionar las boletas de Cambiemos, el estallido tampoco se hará presente para hundirlo. Podemos presumir con alto grado de certeza que se incrementará la protesta social, pero el sistema político tenderá a dar soporte a Macri aduciendo razones de supervivencia. ¿Qué queremos decir entonces? Que no cualquiera le gana a Macri en 2019 y que Cambiemos no necesita hacer mucho más que pisar el freno de su ajuste para conseguir buenos resultados en 2017.